San Pablo: Verdadero testigo del poder de Cristo
Las palabras de Jesús cuando dice: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Lucas 5:32), tienen un gran significado. Incluso después de la resurrección, la primera y última aparición que data en el evangelio de Cristo Resucitado fue para pecadores conocidos. Primero, El se le aparece a María Magdalena, que estaba poseída por siete demonios, y por último a San Pablo, un “inocente fariseo”, que fue cómplice en la lapidación de San Esteban, y que persiguió a los cristianos sin ninguna misericordia. Sin embargo, un encuentro con Jesús cambió de manera dramática la vida de ambos, al punto que hoy en día son considerados grandes santos. Ellos son testigos que vivieron la misericordia y amor infinitos que Dios tiene para todos, y su poder para transformarnos a nosotros pecadores. Su gracia es suficiente, y su amor es incondicional.
Hoy celebramos la fiesta de la Conversión de San Pablo. Su conversión tuvo comienzo en el camino de Damasco, cuando “respirando amenazas de muerte” (Hechos 9:1), Saulo de Tarso conoce a Cristo Resucitado, y es derribado y cegado por un rayo que apareció de repente en el cielo. Saulo se convierte después de este encuentro, y por haber visto a Cristo Resucitado; Pablo (Saulo) es reconocido como un Apóstol en medio de una comunidad formada también por pecadores perdonados.
No todos nosotros experimentaremos una conversión tan radical como la de San Pablo, pero todos podemos estar abiertos a cambiar, a incrementar la “metanoia”, o lo que es lo mismo, a llenar nuestros corazones de amor. Para nosotros los Paulinos, es vivir con un corazón contrito, arrepentidos de nuestros pecados, y en una conversión continua, “hasta que Cristo se forme en nosotros”. Mientras escribo estas palabras, recuerdo mi propia conversión y la gran misericordia que el Señor me ha mostrado, a pesar de haber respondido tarde a su llamado en mi vida. Recuerdo su infinita paciencia y amor mientras me continúa iluminando y sanando mis heridas más profundas, mientras me acerca cada día más a su Sagrado Corazón. Jesús desea sanarnos y transformarnos para que continuemos nuestro camino a la santidad en absoluta libertad.
Con la conversión recibimos una misión. Así como a San Pablo le fue asignada la tarea de llevar el evangelio al mundo de los que no son judíos, nosotros también debemos anunciar a nuestra generación que Jesús está vivo y ha vencido al pecado y a la muerte, y nos está ofreciendo una nueva vida. Nuestra tarea es que hagamos visible la belleza de esa nueva vida en Cristo, tratándonos, amándonos y cuidándonos los unos a los otros, especialmente a aquellos que están sufriendo y pasando necesidades. Debemos proclamar como lo hizo San Pablo, que hemos sido “crucificados al mundo”, un mundo gobernado por el materialismo, explotación, y un individualismo despiadado; y demostrar a través de nuestro vivir, que la verdadera plenitud y felicidad se encuentran en una vida plena de auto entrega, perdón, misericordia y compasión.
Hoy el Señor nos está invitando a salir de nuestra oscuridad y caminar en su luz. Mientras reflexionamos y recordamos cómo a menudo Jesús elige a los pecadores y a los de dudosa reputación para que sean sus instrumentos en la obra de salvación, permitámonos abrir nuestros corazones a la luz de Cristo, y ofrezcamos nuestro Fiat a Dios. No importa qué tan grandes sean nuestros pecados, o qué tan alejados nos encontremos de Dios, El hoy nos invita a acercarnos, para contemplar su amor desinteresado y sacrificado por nosotros, mientras cuelga de la Cruz, y a seguirlo.
Más que grandes predicadores, necesitamos el testimonio de aquellos que están viviendo no de acuerdo con el mundo, sino de acuerdo con la palabra de Cristo, y que siguen fielmente al Cordero sin importarles el costo. Solo entonces proclamaremos claramente a todos las buenas noticias de Dios, y seremos la sal y la luz del mundo. Solamente entonces, seremos testigos creíbles del poder de Cristo y verdaderos misioneros del corazón de San Pablo. Solamente entonces, podremos verdaderamente convertir y convencer al mundo.
San Pablo Apóstol, ruega por nosotros pecadores.
Sister Marta was born and raised in Managua, Nicaragua. Early in life she experienced an earthquake which claimed thousands of lives and destroyed her hometown. Later, political unrest, Communism, and persecution, especially of young people, caused her to migrate alone to the USA where she met new challenges. After a family tragedy and deeply affected by these adversities, Sister Marta began an inner search for answers to the mystery of life, suffering, truth, and the deepest yearnings of the human heart. She found the answer in Christ. By Divine Providence she met (and joined) the Secular Franciscans in Fresno, California, in 1994, and later, the Sister Disciples of the Divine Master where she discovered, with joy, an undeserved call to the consecrated life. Although a late vocation, she was admitted to the Congregation in 2000. Today, Sister Marta serves the Lord and His Church through her ministry at the Archdiocese of Boston.