La fe a través de la distancia
En el evangelio de hoy, podemos apreciar que los extranjeros parecen disfrutar más del éxito que el mismo pueblo de Israel. Jesús encontró oposición y censura por parte de las personas de su mismo pueblo, especialmente cuando El les recordaba que son generalmente los extranjeros o forasteros los que se benefician de la Misericordia de Dios, antes que el Pueblo Elegido. Eso mismo es lo que le debe suceder a la comunidad de “Build the Faith” (nombre con el que se conoce a la Fundación de Christina Dangond) con las personas que viven en Ghana, Nicaragua, Argentina o Colombia; pero con toda certeza, Dios utiliza a esos “extranjeros” para ayudarnos a construir nuestra propia Fe.
En los Estados Unidos de América, existen muchos “extranjeros”, y continuamente están llegando nuevos inmigrantes. Los Estados Unidos se destacan dentro de los países desarrollados por tener un porcentaje muy alto de religiosidad. Como inmigrante irlandés que vino a Boston en 1980, siempre me he preguntado si existe una relación entre inmigración y los porcentajes tan elevados de Fe. Actualmente, el 40% de la población católica de los Estados Unidos es latina. Simplemente, en este país, estamos rodeados de muchos inmigrantes.
En la historia de la humanidad, las personas se trasladaban de un lugar a otro con mucha frecuencia. Generalmente lo hacían por razones de índole económicas, o como le pasó a la Sagrada Familia después del nacimiento de Jesús, debían trasladarse porque estaban siendo perseguidos. Actualmente la inestabilidad política y los cambios climáticos son las principales razones de la reciente inmigración de países como Afganistán y Haití.
Durante el verano pasado, Haití fue el centro de un terremoto de magnitud 7.2, él cual dejó la cifra de 2.200 muertos; y a su vez el asesinato del presidente Jovenel Moïse, originó la evacuación de miles de ciudadanos haitianos que se dirigieron a la frontera entre México y Estados Unidos. El sufrimiento humano es algo que ni siquiera podemos imaginarnos, y desafortunadamente, los niños están viviendo este sufrimiento. Los recuerdos del aquel caótico transbordo aéreo que se llevó a cabo el verano pasado en Afganistán están todavía frescos en nuestra memoria.
Nuestra parroquia, Santa Julia, ubicada al Oeste de Boston, está patrocinando “ayuda humanitaria” a personas de Afganistán. Muy pronto el Congreso les asignará un estatus legal de refugiados. Casi 100 mil personas fueron evacuadas desde Kabul en ese transbordo aéreo, y trasladados a siete bases militares diferentes, donde se les dio la debida atención médica y se dio inicio a procesos legales de obtención de documentos. Los inmigrantes afganos están preocupados por los familiares que no pudieron ser evacuados, y que en estos momentos se encuentran bajo las leyes del Talibán y puedan sufrir represalias. Para mí es obvio que su Fe islámica los llena de esperanza y comodidad. Los retos a los que nos enfrentamos en nuestra vida nos ayudan a darnos cuenta de nuestra necesidad de tener a Dios en nuestros corazones. Jesús experimentó el sufrimiento, y en su vida pública se caracterizó por curarle el dolor físico y espiritual a otros. Cada inmigrante tiene una historia única, pero inevitablemente a todos les toca aprender a vivir dentro de una nueva cultura, a pesar de tener añoranza por los familiares y amigos que dejaron atrás.
Responder al mensaje de Jesús, quien nos dice que debemos acoger a los “extranjeros”, es una manera de construir la Fe. Igualmente lo es, cuando apoyamos la evangelización en comunidades de América Central o del Sur y África, que necesitan ayuda para construir espacios físicos para propagar y construir la Fe. Los “extranjeros”, inmigrantes son la vía para reconocer que todos somos humanos, y estamos conectados los unos a los otros en el Cuerpo de Cristo. Nuestras “hermanas” y “hermanos” de Ghana, Nicaragua, Colombia y Argentina necesitan nuevas iglesias; prestarles ayuda nos ha dado la opportunidad a la comunidad de “Build the Faith” de crecer más estrechamente nuestra Fe de la mano de Dios.
Colm Is a Deacon in the Archdiocese of Boston and a prison Chaplain. He and his wife Julie have 4 adult children and 2 grandchildren. His Catholic faith has always been a central part of his family and work life and is a source of endless joy.