Perdidos en la Radiante Belleza de la Gloria de Dios

Sister Marta was born and raised in Managua, Nicaragua. Early in life she experienced an earthquake which claimed thousands of lives and destroyed her hometown. Later, political unrest, Communism, and persecution, especially of young people, caused her to migrate alone to the USA where she met new challenges. After a family tragedy and deeply affected by these adversities, Sister Marta began an inner search for answers to the mystery of life, suffering, truth, and the deepest yearnings of the human heart. She found the answer in Christ. By Divine Providence she met (and joined) the Secular Franciscans in Fresno, California, in 1994, and later, the Sister Disciples of the Divine Master where she discovered, with joy, an undeserved call to the consecrated life. Although a late vocation, she was admitted to the Congregation in 2000. Today, Sister Marta serves the Lord and His Church through her ministry at the Archdiocese of Boston.
En su travesía hacia Cesarea Filipi, Jesús comenzó a enseñarle a sus discípulos sobre su inminente Pasión, Muerte y Resurrección. El también les enseñó sobre lo que significaba la autonegación y el llevar la cruz para aquellos que deseaban seguirlo. Seis días después, en el Monte Tabor, Pedro, Santiago y Juan literalmente presenciaron una de las escenas más bellas que hayan visto los ojos humanos: el radiante esplendor de la Gloria de Dios fluyendo como una luz brillante y poderosa, ¡desde la presencia real de Jesús! *
En la belleza de la transfiguración existe una conexión entre el Cristo que sufre en el Calvario y el Cristo Glorioso en la Resurrección. Honestamente, yo antes no podía ver belleza en el Cristo crucificado; sin embargo, cuando leí en el Evangelio que Pedro tampoco lo entendió y que él se sintió desorientado al presenciar la transfiguración, no me sentí tan mal. Esta experiencia en la cima de la montaña preparó a los apóstoles para el día terrible pero también glorioso de la Victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte en la Cruz. Como los apóstoles, todos necesitamos vistazos de luz y belleza para confrontar las dificultades de la vida con confianza en Jesús.
Estoy segura que la belleza nos cautiva a todos. ¿Quién no se ha sentido apresado por el poder suave de una aurora o un ocaso? ¿O por la vista majestuosa de las altas montañas tocando la serenidad de un cielo azul? O por el esplendor del arte, la poesía, ¿o las canciones melodiosas? Me ha pasado a mí y continúo siendo conmovida por estos encuentros. Aún así, reconozco que todos ellos sólo señalan sutilmente al Creador de todo.
Además de todo esto, existe otro tipo de belleza que es solo percibida por el corazón. Sólo con el corazón veremos la gloria y la belleza en el amor puro y sacrificial de Jesús en la Cruz. Sólo con el corazón entenderemos el poder y la hermosura de la humildad y el amor auto-otorgado que brilla tiernamente en la Eucaristía. Esta belleza nos deja un anhelo por una visión más completa, pero esa belleza absoluta y trascendente está más allá de nuestro poder de poseer. Debemos buscarla en la humildad, obediencia y rendición total, negándonos a nosotros mismos y cargando nuestra cruz. Allí, unidos con Jesús, ¡le daremos mayor gloria a Dios!
Encuentro en la transfiguración un recuerdo de esa luz radiante que fluye con hermosura, pero sin ser vista, de la Presencia Real de Jesús en el Santísimo. Jesús nos nutre en la Eucaristía para fortalecernos en nuestros sufrimientos, en el sacrificio de autonegación, y más aún, en la experiencia abrumadora de la luz pura que ilumina la oscuridad de nuestras almas. Las experiencias de la luz divina, que no pueden ser detectadas a simple vista, nos afectan profundamente. Es en estos destellos de luz que empezamos a ser verdaderamente transformados, verdaderamente sanados.
Las experiencias de luz han transformado a muchos. Pablo fue convertido por una luz enceguecedora en el camino a Damasco. El beato Alberioni recibió la luz que emanaba de la Eucaristía mientras experimentaba las palabras: “No temas, Yo estoy contigo…”. Si permitimos que la luz de Cristo elimine nuestros miedos más profundos, podemos realmente vivir en una conversión continua, en una “transfiguración” diaria, hasta que Cristo en toda su gloria se forme dentro de nosotros.
Pidámosle a Jesús que nos dé Su luz radiante y transfigurante, como le fue dada con tanta belleza a nuestra querida Cristina, para que, como ella, podamos ver lo bueno en nuestras cruces y glorifiquemos a Dios a través de ellas. La pequeña Cristina asimiló que su cáncer era un cáncer “bueno”, porque por él muchas personas se estaban acercando a Jesús. Ella entendió que su sufrimiento tenía significado y que la gloria radiante de Jesús en la Transfiguración sería bellamente revelada en ella en la resurrección. Sí, Dios la transformará a ella y a nuestros cuerpos terrenales, ¡como ocurrió con el cuerpo glorificado de Jesús…un misterio sublime!
A través de las heridas de Jesús somos sanados. Arrodillémonos en adoración ante Jesús en el Santísimo y permitamos que la luz transfigurante de Su Presencia nos sane. Entonces podremos ser capaces de ver en nuestras propias heridas lo que Cristina vió en su cáncer. Que todos nosotros, en un día glorioso en Comunión con los Santos, seamos transfigurados y totalmente abandonados al amor, ¡para que contemplemos con gozo y asombro la radiante Belleza de la Gloria de Dios!
“Todos nosotros, mirando con caras sin velo a la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria a gloria, como del Señor, quien es El Espíritu” (2 Corintios 3:18)
* La transfiguración es el cuarto misterio luminoso del Rosario. Sería bueno recitar los Misterios Luminosos hoy y que meditemos en el Cuarto Misterio por un poco más tiempo esta vez.