Mi Padre
Instruye a los jóvenes en el camino que deben seguir; aun cuando sean viejos, no se desviarán de ella. (Proverbios 22:6) Para mí, la primera persona que me recuerdan estas palabras de la Biblia es mi papá. No fue hasta que asistí a un Retiro de Emaús en 2012 que me di cuenta de la fuerza de estas palabras y el ejemplo que él había dejado en mi vida.
Desde pequeños, mi papá nos pidió a mis hermanos y a mí que le prometiéramos dos cosas: la primera era terminar una carrera universitaria y la segunda nunca dejar de asistir a misa los domingos. Debo admitir que la segunda parte de esta promesa me llevó años cumplirla. Como católica tibia, solo asistía a misa cuando mi egoísmo y mi apretada agenda me lo permitían; para mí los deportes de mis hijos, los eventos con mis amigos o cualquier otra cosa eran más importantes que dedicarle una hora a la semana al Señor. Después de todo, ese Dios amoroso y misericordioso del que me habían hablado estaba en todas partes; no había necesidad de encontrarlo en la iglesia, y mucho menos de recibirlo en la Eucaristía.
La Santa Misa durante la mayor parte de mi vida fue algo sin relevancia. Asistí a Misa solo para cumplir la promesa que le hice a mi padre, para cumplir sólo con un requisito. Nunca asistí por la convicción de saber que Jesús estaba presente en cuerpo y alma en el Santísimo Sacramento.”El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora y yo en él.” (Juan 6:56) Debo admitir que durante muchos años no solo asistí sin convicción, sino que también comulgué en pecado al no haberme confesado durante muchos años.
Le debo muchas cosas a mi papá. A él le debo los valores y principios con los que me crió. Siempre me decía: “En la vida muchas cosas son legalmente correctas, pero moralmente no lo son. Déjate guiar siempre por tu conciencia; si lo que estás haciendo no agrada a Dios, entonces no lo hagas”. El trataba a los demás de la misma manera que le hubiera gustado ser tratado. No tenía favoritismos por ninguno de sus hijos y amaba sin esperar recibir nada a cambio. Mi papá sentó las bases para permitirme tomar las decisiones difíciles de la vida. Sin embargo, lo que más agradezco es por los muchos años en los que mi padre no dejó de insistir en que asistiera a Misa, incluso cuando lo hice de mala gana.
Gracias a la fe que mi papá sembró en mí, pude comprender en el Retiro de Emaús que el amor de mi papá se parece a Dios, al amor del Padre. Si mi papá me amaba de una manera inconmensurable mientras estaba vivo… si esperaba verme cuando fui a Colombia a visitarlo y si lloraba cada vez que regresaba a los Estados Unidos… tenía que imaginar que de la misma manera, Dios mi “verdadero padre” tenía sentimientos por mí y debe haber sentido pena por mi indiferencia hacia él. En el retiro, motivada por la tristeza que sentía por causar dolor a Dios con mis pecados y desatención, decidí inclinarme humildemente y pedir perdón recibiendo (después de tantos años) el Sacramento de la Reconciliación. Esto abrió la puerta para que la gracia de Dios se derramara en mí. A partir de ese día y sin saberlo, mi vida dio un giro hermoso.
A algunas personas les resulta difícil creer que puedo decir con tanta convicción que “mi vida dio un giro hermoso”, porque dos meses después, a mi hija le diagnosticaron un cáncer incurable, un cáncer con el que luchó durante más de cinco años. Sin embargo, estoy convencida que asistir al retiro me permitió recibir las gracias que Dios quería derramar sobre mí. Me permitió vivir con alegría mientras cargaba mi cruz. Todos los “empujones” que mi papá me había hecho en mi juventud finalmente habían dado sus frutos.
Hoy, miro hacia atrás y veo claramente cuán diferente hubiera sido mi camino sin la fe inculcada por mi papá. Le agradezco el amor que me dió a través de su aliento, su consuelo y al recordarnos de una forma persistente que deberíamos vivir de una manera que glorificara siempre a Dios. ¡Gracias Papi por haber sido esa persona tan maravillosa en mi vida! Gracias por siempre creer en mí y no rendirte, por preocuparte por mis necesidades, dolores, anhelos, sueños y problemas. Hoy no sólo celebro tu vida, sino que agradezco a Dios por elegirme para ser tu hija, por haberme dado siempre mucho más de lo que jamás he merecido.
Feliz día del Padre Papi, celebra hoy en el cielo junto con nuestra hermosa mariposita, Cristina. ¡Jesús, en tí confío!
Monica Lacouture was born and raised in Colombia, South America. She came to the United States in 1995 where she and her husband married and were blessed with three children — Daniel, David and Christina (the inspiration behind Build the Faith).
Although Monica was raised a Catholic and attended parochial schools, she admits that throughout most of her adulthood she was a “lukewarm” Catholic. Her faith took an unexpected turn in late 2012 when she attended a retreat and experienced a personal encounter with Jesus. Little did she know, that three months later she would come to rely heavily on her newly strengthened faith as she dealt with her daughter, Christina’s, terminal cancer diagnosis and treatment. Throughout Christina’s battle with cancer, Monica’s faith grew and in 2016, inspired by Christina’s strong faith and trust in Jesus, Monica, and Fernando founded Build the Faith. As President of Build the Faith, Monica feels blessed to be able to continue her daughter’s legacy of faith and hope.