Vengan a mi y yo les daré descanso

Colleen M. Donohoe was born and raised just North of Boston, the youngest of 7 children. She is the proud “Auntie” to 17 nieces and nephews and 5 great nieces and nephews who bring tremendous joy to her life! For the past 25 years, Colleen has served in a variety of roles in the Archdiocese of Boston, primarily as a Catholic Educator. After spending many years as a theology teacher and campus minister, she currently serves as the Associate Superintendent of Catholic Identity and Respect Life Educator for the Archdiocese of Boston Catholic Schools. It is a great honor and blessing for Colleen to continue little Christina Dangond’s legacy to “Build the Faith” wherever and however God calls.
Santa Margarita María Alacoque, fue una monja y mística de la Iglesia católica romana de Francia, a quien Nuestro Señor Jesucristo se le apareció entre 1673-1675. Durante dieciocho meses, el Señor Jesús reveló a Santa Margarita María doce promesas para aquellos que responderían a la súplica de Su Corazón y harían un esfuerzo por devolverle Su amor. Este fue el comienzo de una nueva devoción en la Iglesia, la que conocemos hoy como la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
En un día frío y nevado de noviembre, en la zona rural de Pensilvania, lo último que hubiera esperado era un encuentro íntimo con el Sagrado Corazón de Jesús. Sin embargo, durante un retiro de cinco días con otras 80 personas, en su mayoría extraños, decidí entrar en una capilla de adoración eucarística profundamente íntima. Un tabernáculo de oro magnífico estaba en el centro con un reclinatorio enfrente y dos sillas de madera muy simples a los costados. El techo abovedado estaba adornado con mosaicos brillantes que se parecían a un cielo nocturno muy elegante. Cuando me arrodillé ante el Señor en el Santísimo Sacramento, preocupada por las preocupaciones mundanas y con un corazón muy inquieto y agotado, enseguida comencé a recitar una tras otra todas mis intenciones. (¡A veces me olvido que se llama Adoración por una razón, y que estoy allí para adorarlo y no solo para rogar que responda mis intenciones!)
En mi letanía, recuerdo seriamente haber pedido a nuestra querida pequeña Christina Dangond, quien a principios de ese año regresó a su hogar en el Cielo, su intercesión. Le pedí a Christina que intercediera para ayudarme a confiar en Jesús como ella siempre lo hizo, especialmente durante su inspiradora batalla contra el cáncer. Mi oración era simple aunque parecía compleja. Incluso llegué a preguntarme: “¿Cómo es que a mi edad estaba luchando todavía por confiar plenamente en Dios y en su plan para mi vida?” Pasaron apenas unos segundos para que la paz más increíble e indescriptible entrara en mi corazón y penetrara en mi alma. En un instante, la piel de gallina me recorrió los brazos y las piernas y brotaron lágrimas de mis ojos.
Mientras estaba allí arrodillada, llorando en silencio ante el Señor, como la nieve que caía silenciosamente por la ventana, me asombró por completo que en ese instante, tan tranquilo y silencioso, todo lo que había estado consumiendo mi mente y mi corazón simplemente se derritió por completo para ser reemplazado por una paz y un amor más allá de toda comprensión.
Todas mis preocupaciones, miedos, preguntas e inquietudes fueron rápidamente reemplazadas por el conocimiento que mi Dios no solo realmente me conoce, sino que también me ama. Las palabras nunca serán suficientes para explicar este encuentro, así que los invito y animo a cada uno de ustedes a recordar las palabras del Evangelio de hoy: “”Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”. (Mateo 11, 28) Levantemos nuestros corazones y almas a nuestro Señor cada día, por medio de la intercesión de la dulce y pequeña Christina, quien sin duda se arrodilla en perpetua adoración ante nuestro Señor y Salvador. Les puedo asegurar con toda certeza, que cuando humildemente nos acercamos al Sagrado Corazón de Jesús, Él, quizás en un instante o quizás durante un período de meses o años, siempre gentilmente, y con firmeza, atravesará las paredes que a menudo rodean nuestros corazones heridos, y realmente les dará descanso. Hoy, en esta hermosa solemnidad, confiemos nuestros corazones al Sagrado Corazón de Jesús mientras rezamos juntos: “¡Jesús, en vos confío!”