Somos Tabernáculos vivos
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. (Mc 14, 22-24)
Corpus Christi es la celebración de la Verdadera Presencia de Jesús, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Santísima Eucaristía. Ésta no es una verdad que yo siempre haya sabido o siquiera entendido.
Donde crecí, en mi cuadra, había una Iglesia Católica portuguesa. Todos los años, en la Fiesta del Corpus Christi, veía asombrada cómo se bloqueaba la calle principal de la ciudad para que un grupo numeroso de mujeres de esta parroquia pudiera prepararse para el desfile. Tenían cajas de pétalos de flores de todos los colores que uno pueda imaginarse con los que harían un hermoso diseño en el suelo de la calle. Recuerdo estar muy contrariada porque sus creaciones, tan hermosas, serían pisoteadas por las personas que caminarían en la procesión por esta misma calle hacia la iglesia. ¡Venían niños con sus trajes de primera comunión, mujeres jóvenes con disfraces, bandas y, sin que yo lo supiera, Jesús en la Sagrada Eucaristía lideraba el camino! Sabía que algo especial estaba sucediendo, pero realmente no entendía qué.
A medida que envejecía, mi curiosidad con respecto a la Eucaristía fue creciendo. Recuerdo haberle preguntado a mi madre, en varias ocasiones, cómo la Eucaristía realmente podría ser Jesús cuando todavía parecía y tenía gusto a pan; una verdad que no podía entender en ese momento y terminé por olvidar durante la mayor parte de mi adolescencia. No puedo decir que realmente haya comprendido la realidad de este misterio hasta que tuve 19 años y tuve una experiencia muy fuerte en la Misa de mi grupo juvenil. Recuerdo haber escuchado a medias la homilía sobre Jesús realmente presente en la Eucaristía, y lleno de dudas en mi cabeza, me decía: Sí, sí, sí, realmente es Jesús. Sin embargo, ese día, cuando me acerqué a comulgar, sucedió algo sorprendente. Cuando el sacerdote levantó la Eucaristía y dijo las palabras: “El cuerpo de Cristo”, fue casi como que pude escuchar a Jesús decirme: “Hola Christine”. Inmediatamente, me di cuenta que no estaba lista para recibir a Jesús y rápidamente puse mis brazos sobre mi pecho para recibir solo una bendición. Todavía recuerdo cuando a la semana siguiente recibí el Sacramento de la Reconciliación, fué probablemente la primera confesión verdadera de mi vida. Ese día recibí la Sagrada Comunión, entendiendo realmente a Quien estaba recibiendo.
Han pasado muchos años desde entonces, pero con la pandemia actual, anhelo cada vez más el día en que pueda recibir físicamente a mi Señor en el Santísimo Sacramento. Hasta que llegue ese día, rezo para que mi corazón anhele siempre este regalo y que yo siempre sea el Tabernáculo que Jesús merece.
Jesús, gracias por el regalo de Tu Verdadera Presencia en la Santísima Eucaristía. Gracias por amarnos tanto como para querer estar siempre cerca de nosotros de esta manera especial. Gracias por enseñarnos a través de nuestros sentidos y por darnos el regalo del Sacramento de la Reconciliación que nos permite escuchar en voz alta que nuestros pecados son perdonados y, que luego, podamos tocarte, abrazarte y recibirte. Ayúdanos a nunca dar estos regalos por sentado. Amén.