Transformado

Que la palabra de Dios esté siempre en mi mente, en mis labios y en mi corazón!
Esta oración , dicha por un sacerdote o un diácono en misa justo antes de la proclamación del Evangelio, es a menudo silenciosa; es una de mis favoritas. La única indicación de la congregación diciendo está oración es cuando se hacen la señal de la cruz en la frente, labios y corazón. Me gusta como muchos aspectos de nuestra fe son visibles, pero no escuchados.
Una parte muy hermosa de nuestra fe es el regalo del Bautismo, nuestra adopción espiritual por parte de Dios. Muchos de nosotros que nacimos dentro de familias católicas no recordamos nuestros bautizos. Yo creo que yo era una recién nacida cuando fui bautizada, y realmente no recuerdo mucho de ese día. Recuerdo perfectamente los días en que mis ahijados fueron bautizados, y cada uno de esos días son un tesoro para mí.
Aunque he asistido a bautizos, participar en el Sacramento del Bautismo de mi hija adoptiva fue una inmensa alegría. Ella es muy dulce, divertida y enérgica. Recientemente pude organizar su bautizo y entrada a la Iglesia Católica, y decir que la experiencia fue impresionante sería poco. La inmensa alegría que mi hija irradiaba era como poder ver la transformación, como diría ella, de tener su alma súper limpia.
La transformación fue más allá de la forma en que ella la veía; hubo momentos en los cuales Dios me permitió ver la transformación que ocurrió dentro de ella. Ese día, más tarde, cuando la fiesta había terminado y los amigos y familia se habían marchado a sus casas, mi hija entró a la cocina buscando algo de comer; de repente la escuché alabando y cantando “El Cordero de Dios”, palabra por palabra, con una melodía perfecta.
Debido al corto tiempo que hemos estado juntas, combinado con todas las interrupciones debidas al COVID-19, no me había dado cuenta de todo lo que mi hija ha aprendido acerca de la misa. Yo estaba completamente asombrada al oírla cantar y más aún cuando la escuché recitando esta oración:
“Que la palabra de Dios esté siempre en mi mente, en mis labios y en mi corazón”.
En ese momento, me di cuenta que la oración que mi hija recitaba estaba naciendo desde dentro de ella. Dios había abierto la mente, los labios y el corazón de mi hija para alabarlo a Él; era como si unas compuertas se hubieran abierto y no era capaz de detener el flujo que corría a través de ellas. Era el trabajo de Dios para hacer de mi hija una santa. Era maravilloso que él me estaba permitiendo ser parte de su proceso de transformación.
No me malinterpreten, mi hija es una niña 100% normal, siempre está probando los límites que tiene, es persistente, firme y curiosa. Estoy segura que a medida que caminamos juntas por la vida, no siempre seré tan paciente, amable, cariñosa y amorosa como debería; pero ahora, especialmente, me doy cuenta que mi hija es 100% la niña de Dios. Por suerte para mí, tengo la bendición de ser su madre y de ver a Dios trabajando dentro de ella.