La Resurrección: El Sello de Nuestra Salvación
Lo que ellos contemplaban era el primer día de una nueva creación, con un nuevo cielo y una nueva tierra; y con la semblanza de un jardinero, Dios caminó nuevamente en el jardín, en el frescor, no del ocaso, sino de la aurora (C.K. Chesterton)
Cuando leo en el Evangelio que las mujeres se dirigieron de prisa a la Tumba temprano al amanecer el día después del Sabbath, me imagino que el delicioso aroma de las esencias aromáticas y dulces aceites que llevaban, iba dejando un camino perfumado hacia la tumba vacía. Ya que estaban inmersas en sufrimiento y pena, ellas fueron incapaces de percibir la maravillosa fragancia o disfrutar la belleza y gloria del dia más grande en la historia, que estaba desenvolviéndose ante sus propios ojos. Como mucha gente hoy en el mundo, sus mentes todavía estaban fijas en la Tumba y sus ojos todavía enfocados hacia la tierra, buscando a los vivos entre los muertos.
María Magdalena, impasible ante el evento transformador de vida que acababa de ocurrir, sollozaba en el jardín cerca de la entrada de la Tumba. Ella todavía no había comprendido que el Hijo del Hombre tenía que haber sufrido y haber sido crucificado, y en el tercer día resucitar; no había percibido las implicaciones de las palabras resonantes de Jesus: “Yo soy la Resurrección y La Vida, aquél que cree en Mí, nunca morirá” (John 11:25). Sin embargo, cuando el Jardinero la llamó por su nombre, “¡María!” todo cambió. ¡Su pena y sufrimiento se convirtieron en paz y felicidad! Su corazón fue totalmente transformado y el mundo, en un instante, se volvió un lugar diferente al presenciar al Señor Resucitado.
¡Un encuentro con Jesús lo cambia todo, incluso a nosotros! Como lo afirma San Pablo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corinthians 5: 17). Jesús ha triunfado sobre la maldad y ha completamente y para siempre destruído el pecado y la muerte. Le ha traído Luz y Vida a un universo que estaba condenado. Dolor, sufrimiento, y muerte no son más nuestro destino; éstos son, en realidad, cosas del pasado.
La vida nueva que Jesús nos ofrece no es solo una mejor vida, sino una Vida Nueva que agita nuestras mentes. El nos está ofreciendo una felicidad eterna mucho mayor que la que un día disfrutó un hombre en el Jardín del Edén. Tenemos la confirmación con San Pablo quien experimentó el tercer cielo: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vió, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9). Sí, la vida que Dios vino a darnos no es nada menos que una parte de su propia Vida Divina, un verdadero regalo de Dios. San Juan, el discípulo amado, lo escribió de una manera muy hermosa: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). ¡Esas son buenas noticias!
Desprendamos nuestras mentes de deseos terrenales y fijemos nuestros ojos en Jesús. Seremos capaces de percibir el amanecer de un nuevo día glorioso. Entonces, como aquellas mujeres de fe, vamos a querer compartir con todo el mundo que El está vivo! El ha abierto para nosotros un bello camino perfumado con la fragancia de su amor para guiarnos, como al principio, hacia el Jardín. El mundo necesita escuchar de gente que, como los primeros testigos de la resurrección, han experimentado la increíble transformación, gozo, paz y libertad profundos que se derivan de un encuentro íntimo con Jesús.
Elevemos nuestras vistas hacia el amor del crucificado y escuchemos su voz llamándonos por nuestro nombre. La puerta a la inmortalidad y la dicha perpetua se ha abierto grandemente; hemos sido invitados al banquete de bodas del Cordero, y la cena está lista. El ha afirmado claramente: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:54). Jesús mismo es el alimento para la jornada. El es el Pan de Vida. Engalanémonos con vestidos blancos sin mancha y entremos al Festín Eterno.
¡Disfruta y celebra! ¡Cristo ha resucitado! ¡Somos herederos de Vida Eterna!
Sister Marta was born and raised in Managua, Nicaragua. Early in life she experienced an earthquake which claimed thousands of lives and destroyed her hometown. Later, political unrest, Communism, and persecution, especially of young people, caused her to migrate alone to the USA where she met new challenges. After a family tragedy and deeply affected by these adversities, Sister Marta began an inner search for answers to the mystery of life, suffering, truth, and the deepest yearnings of the human heart. She found the answer in Christ. By Divine Providence she met (and joined) the Secular Franciscans in Fresno, California, in 1994, and later, the Sister Disciples of the Divine Master where she discovered, with joy, an undeserved call to the consecrated life. Although a late vocation, she was admitted to the Congregation in 2000. Today, Sister Marta serves the Lord and His Church through her ministry at the Archdiocese of Boston.