Abandónate

Fr. Ed was ordained to the priesthood in May 2000 for the Archdiocese of Boston. He held three different parish assignments in the Archdiocese from 2000-2010 before his appointment to the Faculty of Saint John’s Seminary, where he was Dean of Men and Director of Pastoral Formation from 2010-2022. Fr. Ed is currently the Administrator of Sacred Heart Parish in Waltham, MA and Spiritual Director & Liaison for the Office for Homeschooling of the Archdiocese of Boston. He is the Spiritual Director for the World Apostolate of Fatima in the Archdiocese and a perpetually professed member of the Institute of Jesus the Priest of the Pauline Family.
¿Eloi, Eloi, lema sabachthani? (¿Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado?)
¿Palabras familiares? Sí, y las escucharemos este Domingo de Ramos en la hermosa liturgia de la Pasión de Cristo, cuando se proclama en voz alta y en partes el evangelio de San Juan: Jesús, el Narrador, y las Personas. (¡Esto lo hace muy personal!) Estas palabras preciosas hacen eco en nuestros corazones porque son las palabras que pronunció Jesús antes de morir por nosotros en la cruz. ¿Cómo pudo el hijo de DIOS sentirse abandonado por su Padre Celestial? Cómo podemos interpretar esto: ¿”Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado”?
Bueno, Jesús en su agonía sí le está suplicando a su Padre Celestial, ya que los romanos sabían cómo crucificar para hacer que la persona sufriera enormemente (y también sabían como disuadir cualquier intento de insurrección). Y, también, Jesús fue acusado falsamente por la clase gobernante de los fariseos, traicionado por uno de sus propios discípulos, negado por otro, y abandonado por todos, excepto por su Madre, algunas mujeres y Juan el Evangelista (razón por la cuál este relato del Evangelio es tan agonizantemente real). Sin embargo, Jesús también hizo suyas estas mismas palabras, que fueron pronunciadas siglos antes y se encontraron en el Libro de Salmos del Viejo Testamento (salmo 22); palabras que escucharemos y cantaremos hoy juntos en el Salmo Responsorial. Pero estas palabras eran familiares para Jesús, porque sus padres María y José, judíos devotos, le enseñaron a rezar a diario los salmos; Jesus lo hacía recordando y uniéndose él mismo a las luchas y a la difícil situación que por siglos había atravesado el pueblo de Israel: ¿”Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado”?
Como muchos de los Salmos, éste se le atribuye al Rey David. Aunque el Rey David es mejor conocido por su victoria cuando era un joven valiente e intrépido, sobre Goliat; probablemente, estas palabras expresan la propia situación de David cuando el Rey Saúl, al cual David fielmente servía, trató de quitarle la vida por sentir celos ante las grandes derrotas de los Filisteos; y en segundo lugar, cuando uno de los propios hijos de David también trató de atentar contra la vida del Rey en un intento de destronarlo: ¿”Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado”?
¿Pero estaba Jesús realmente suplicando en su agonía? No era él también DIOS? No tenía confianza en su Padre Celestial? Tenía que sufrir él de esta manera? Sí! Sí! Sí! Sí! Pero estas palabras no fueron el final de la “historia”: no para Jesús, no para el Rey David, y tampoco para nosotros. De hecho, estas primeras palabras del Salmo 22, vienen seguidas de esperanza, e incluso de alabanza:
“Alánbenlo, los que temen al Señor…Porque él no ha mirado con desdén ni ha despreciado la miseria del pobre; no le ocultó su rostro y lo escuchó cuando pidió auxilio”.
De hecho, Jesús mas bien nos “lleva” a través de situaciones y luchas que somos capaces de soportar, enseñándonos a abandonarnos libre e intencionalmente “en” las manos de nuestro Padre Celestial, a confiar en El con todas nuestras fuerzas, incluso cuando nuestros retos parecen abrumadores y sin consuelo. Sí, Jesús debe sufrir mucho por la voluntad de su Padre, por nuestros pecados, y El se abandonó en el momento preciso en sus propias manos: ¿”Dios mío,Dios mío,porqué me has abandonado”?
Y así también nosotros estamos invitados a repetir unas palabras que son muy familiares para nuestros oídos: “Jesús, En ti Confío”. ¿Porqué estas palabras, que son tan familiares, nos dan confianza? Porque fueron muchas veces pronunciadas por la pequeña Cristina Dangond en aquellos momentos donde tanto necesitaba a nuestro Padre Celestial, y en el momento de su muerte; es por eso que estamos seguros que ella se encuentra al lado de Jesús. Porque no es la comodidad con la que vivimos y los éxitos que somos capaces de lograr los que determinan nuestros gozos terrenales y celestiales, sino mas bien, cuánto unimos nuestro sufrimiento al sufrimiento de Cristo. Esto fue lo que perfectamente hizo la pequeña Cristina, y en estos momentos nos pide que hagamos lo mismo: “Jesús, En ti Confío”.