La muerte de mi padre ha sido un regalo
Mi nombre es Padre Andrea. Soy originario de Italia y hace dos años soy sacerdote.
Cuando tenía casi 8 años mi padre murió de cáncer.
Aunque papá fue bautizado, no creció asistiendo a la Iglesia. De hecho, como adulto, se había alejado mucho de la Iglesia, especialmente después de la muerte repentina de su esposa, con quien llevaba 5 años de casado. De este matrimonio quedó mi hermano Mario de 5 años de edad. Aun así, Dios fue misericordioso con él. Poco después de la muerte de su primera esposa, conoció a mi madre, quien, por cierto, recientemente había regresado a la Iglesia.
Mamá invitó a papá a que participaran juntos de las catequesis de su parroquia que ella había estado escuchando desde hacía solo unos meses. A través de esta experiencia, mi padre comenzó un largo viaje para renovar su fe. Este viaje lo ayudó a descubrir el amor de Dios a través de sus pecados y fracasos y a encontrar el significado de su existencia y la respuesta a su sufrimiento.
La noche que papá murió, se había reconciliado con todos, pidiendo perdón y recibiendo perdón. Las últimas palabras que pronunció fueron dirigidas a mi hermano de 23 años, quien, en ese momento, estaba pasando por un período de rebelión contra Dios y la Iglesia. Papá le dijo: “Mario, abre las ventanas, ¡Cristo viene!” Poco después, falleció.
La experiencia que tuvo mi padre de encontrar a Dios en su vida, junto con sus últimas palabras, tuvo un gran impacto en mí. Se convirtieron en un escudo que me protegieron, especialmente cuando estaba creciendo y enfrentando diferentes experiencias que me llevaron a dudar de Dios.
Humanamente hablando, mientras crecía tenía todo lo que un joven podía desear en la vida … amigos, una buena escuela y deportes. Incluso tuve una novia hermosa. Sin embargo, dentro de mí siempre había una tensión profunda … una agitación interna e insatisfacción que se quedaban conmigo.
Sabía que la muerte de mi padre había dejado una sensación muy grande de inseguridad dentro de mí. Esto se vió exacerbado por el hecho que, después de su muerte, mi hermano mayor se fué de casa para estudiar en otra ciudad. Además, en la escuela, las creencias de mis amigos constantemente contradecían la fe que veía en mi casa. Durante muchos años, viví con un pie “en el mundo”, mientras trataba de adaptarme al estilo de vida de mis amigos, y el otro pie en la Iglesia.
Cuando terminé la secundaria, me encontré muy confundido. La vida de repente parecía una enorme montaña parada frente a mí y me sentía incapaz de escalarla. Extrañaba mucho a mi padre y las amistades que había construido a lo largo de los años ya no eran suficientes. La ansiedad se convirtió en uno de mis peores enemigos. Comencé la universidad, pero unos meses después decidí no continuar.
Caí en un momento de profunda tristeza y rabia. Debido a esto, mis relaciones dentro de mi familia se volvieron muy difíciles y entré en una “pelea” con Dios. Sentí que Dios estaba creando un desierto a mi alrededor. Estaba enojado con Él, pero no podía cerrarle completamente las puertas. Aunque Dios ya estaba actuando en mi vida, yo todavía no me daba cuenta. Sin embargo, las últimas palabras de mi padre, “Mario, abre las ventanas, ¡Cristo viene!” estaban inscritas en mi corazón y se convirtieron en mi “herencia”.
Aunque suene absurdo, fue en medio de este período de conflicto con Dios que me sentí más atraído y amado por Él. Dios se me apareció como un padre buscando a su hijo. Me encontré rodeado de personas que constantemente me recordaban el amor incondicional de Dios por mí, incluso cuando yo discutía y creaba conflictos con todos. Me di cuenta que Dios conocía mi vida y entendía mi sufrimiento de una manera que nadie más podía hacerlo.
Debido a la ausencia de mi padre terrenal, comencé a experimentar el amor de Dios con más fuerza. Poco a poco, comencé a ver a Dios como mi padre y la muerte de mi padre terrenal como una bendición. Me di cuenta de que tuve que perder a mi papá para conocer a mi verdadero Padre: Dios. Hasta el día de hoy, estoy agradecido con papá porque cumplió su misión, que era ayudarme a encontrarme con mi Padre celestial.
Hoy soy sacerdote … ¡un MILAGRO! Y puedo decir que la muerte de mi papá es la joya más preciosa que tengo. ¡Ha sido la puerta que me hizo llegar a Cristo y experimentar en mi propia carne la Resurrección! Dios es mi Padre! ¡¡Y soy feliz!!
My name is Andrea Povero. I was born in a town called Ivrea, close to Turin, Italy.
I am almost 35 years old and I am the last one of 4 children.
When I decided to enter the seminary, I chose to enter into a “missionary seminary.” I went to a retreat close to Rome and there, together with 300 young men, I put my name into a basket. In another basket were the names of the all the missionary seminaries around the world. When my name was pulled from one basket, it was matched with the name “Boston” from the other basket.
I was sent to Boston in November 2007. I became a priest by the grace of God on May 19, 2018.
For the past three years I have been the Parochial Vicar of three parishes: St. Thomas Aquinas and Our Lady of Lourdes in Jamaica Plain and Saint Mary of the Angels in Roxbury.