El día más feliz de mi vida
Toda mujer desde el momento en que se entera que va a ser madre, comienza a soñar con el día que podrá ver la cara de su bebé, de abrazarlo, de guiarlo y de verlo crecer hasta convertirse en un adulto que pueda valerse por sí mismo. Como madres, jamás pensamos en la posibilidad de tener que prepararnos para dejarlos partir antes que nosotros, y que esos sueños que teníamos con ellos no llegarán a hacerse realidad.
El 12 de Diciembre del 2012, mi vida y la de mi familia cambió de manera abrupta y para siempre con el diagnóstico de cáncer terminal de mi hija Cristina. Todos los planes y los sueños que teníamos se detuvieron, y la incertidumbre de lo que podría pasar en un futuro cercano, se convirtió en nuestra nueva realidad. Para mí, acostumbrada a planear y organizar todo, segundo a segundo, fue una experiencia demasiado dura; si no le hubiese entregado esta prueba totalmente a Dios, no hubiera podido sobrellevarla. Es increíble lo que pasa cuando pones tu confianza en Dios. “Aún si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta”. Salmo 23:4
Cuando pensamos en el día más importante de nuestras vidas, por lo general las respuestas son el día de nuestra boda, el día que nacieron nuestros hijos, o quizás el día de nuestra graduación. Es muy improbable que elijamos el día de nuestra propia muerte como el más valioso de todos. Nuestra tendencia es pensar en la muerte como un momento de dolor, pérdida, miedo y angustia. Para mí, la muerte cobró un sentido diferente durante esos años en que Cristy luchó, porque a pesar de todo su dolor y sufrimiento, Cristina nunca perdió su confianza en Dios. Junto a Cristy aprendí a disfrutar la vida bajo cualquier circunstancia: con sol, lluvias, pruebas y tropiezos. Ella también me enseñó a ver la muerte como “El día más importante y feliz de mi vida”.
Para Cristina, el día de la muerte sería el día en que regresaría a los brazos de Dios, y tener la oportunidad de estar frente a frente con él, para hacerle muchas preguntas. Ella me dijo: “Mami, voy a estar tan feliz y emocionada cuando lo vea, que se me van a olvidar todas las preguntas que le tengo”. Es increíble que una niña de tan sólo 9 años de edad, me diera la lección más grande de mi vida, reflejada en la siguiente frase que algún día escuché: “vivimos para morir y morimos para vivir”; así es como ella vivió. Si Dios la necesitaba en el cielo, ella estaba dispuesta a ir a su encuentro, aunque esto significara dejarme a mí, a su papá y a sus hermanos. Para Cristina, Dios siempre ocupó el primer lugar.
El 26 de Enero del 2018, Cristy regresó a los brazos amorosos de Dios, mientras mi esposo y yo tomábamos sus manos. Ese día, mientras observaba su cuerpo sin vida, la ví más viva que nunca: sus ojos brillaban con una luz que jamás podré olvidar…éste fue el momento más duro y al mismo tiempo el más hermoso de mi vida. Dios me permitió, por unos segundos, ver a través de los ojos de mi hija, la luz y el gozo que nos trae la vida eterna. En ese momento me la imaginé feliz abrazando a Dios, y sentí en mi corazón el amor de Dios que lo desborda todo…una paz que jamás he vuelto a sentir.
Aunque el día de la muerte de Cristy se convirtió en el día más feliz de su vida, ese día comencé a cargar mi cruz y a vivir con un corazón traspasado. Aprender a desprenderme de todos los sueños que tenía con Cristy no ha sido fácil. Decir que la extraño no refleja la profundidad de mi nostalgia por verla sonreír, sentir sus abrazos, disfrutar su personalidad juguetona, y deleitarme en toda ella!! A veces, mi tristeza se siente como un abismo sin fondo. Aunque el dolor que causa la pérdida de un hijo es un sentimiento que no desaparecerá nunca, desde el punto de vista de la fe, ese dolor nos da la fortaleza para continuar, ver las bendiciones en medio de las pruebas, apreciar la oportunidad de levantarnos a un nuevo día, y dar gracias a Dios por habernos otorgado el gran privilegio de cuidar de sus hijos aquí en la tierra.
El día 26 de Enero (el día que Cristina murió) se convirtió en un motivo de celebración para mi familia, porque ahora vemos la muerte como el comienzo real de nuestras vidas!!! El día mas feliz de mi vida será el día de mi reencuentro con Dios y mis seres queridos que ya han partido. Le pido a Dios me permita vivir cada día como si fuera el último, disfrutando a mi familia, amando incondicionalmente tal como Cristy amó, y diciendo en toda circunstancia, con absoluta certeza, tal y como Cristina me enseñó: “Jesús en tí confío”.
Monica Lacouture was born and raised in Colombia, South America. She came to the United States in 1995 where she and her husband married and were blessed with three children — Daniel, David and Christina (the inspiration behind Build the Faith).
Although Monica was raised a Catholic and attended parochial schools, she admits that throughout most of her adulthood she was a “lukewarm” Catholic. Her faith took an unexpected turn in late 2012 when she attended a retreat and experienced a personal encounter with Jesus. Little did she know, that three months later she would come to rely heavily on her newly strengthened faith as she dealt with her daughter, Christina’s, terminal cancer diagnosis and treatment. Throughout Christina’s battle with cancer, Monica’s faith grew and in 2016, inspired by Christina’s strong faith and trust in Jesus, Monica, and Fernando founded Build the Faith. As President of Build the Faith, Monica feels blessed to be able to continue her daughter’s legacy of faith and hope.