La Mandarina

MariaCristina was born in Santa Marta, Colombia on the day of Our Lady of the Miraculous Medal. Because of this gift from Heaven, she took a deep love for the Blessed Virgin Mary and, together with her husband and children, she has consecrated her life to Mary. She knows that Our Lady is truly her mom who helps her in all aspects of her life.
At the age of 32, Maria Cristina was diagnosed with breast cancer and began to live a stage in her life full of physical suffering, but also a life filled with grace and blessings. It was then, in those moments of loneliness and isolation, that she was able to experience God’s Love and hear His Voice deep within her heart. Fortunately, the miracle of healing occurred and since then Maria Cristina has dedicated herself to serving the Lord. She knows that nothing comes from herself, but that everything is the product of Divine Grace.
Temprano preparé mi café para irme a orar al jardín, que he llamado “de María”, no sólo porque ahi tenemos una imagen de nuestra Señora de Fátima, sino porque es un lugar que me encanta para hacer silencio y poder entrar en oración contemplativa. Siempre que entro voy recogiendo los limones y las mandarinas que se han caído de los árboles. Los limones siempre están listos para preparar limonada; las mandarinas al contrario siempre se caen cuando ya están podridas. Hoy recogí una mandarina y noté que no estaba dañada. La puse en la mesa que tengo justo frente a la imagen de nuestra Señora mientras oraba.
Me senté en una de las dos sillas, e invité a Jesús a tomarse un café conmigo. Estuve allí por un buen tiempo rezando el rosario, mientras mis pensamientos y mis sentidos se tranquilizaban. Conversé con el Señor sobre mis debilidades, pedí a la Madre que me colmara con sus gracias. Vinieron a mi mente varias preguntas: ¿Cómo hago Mamá? Tengo tantas cosas de las que aún no he logrado liberarme, defectos tan aburridores…no quiero ser así! Cuántas veces he dicho que quiero ser diferente, que seré mejor y vuelvo a caer casi siempre en lo mismo. ¿Cómo voy a llegar al cielo, cómo voy a ser santa si continuo con esta forma de ser?
De repente, al ver la mandarina sobre la mesa mis pensamientos y oraciones fueron interrumpidos. Sentí el impulso de quitarle la cáscara y comerla; muy extraño, pues no es de mis frutas preferidas. Mientras retiraba la cáscara, tuve la certeza que esa cáscara simbolizaba la protección de Dios; Su amor que me envuelve tal y como soy. Luego llegue a las hilachas que me han parecido siempre tan fastidiosas y que debo quitar para poder comerla. Entonces supe que esas hilachas son mis defectos en los que debo ir trabajando para desterrarlos, pero que hacen parte de mi humanidad. Luego muerdo la mandarina y saboreo un fruto maduro y dulce, que delicia, me deleito y entiendo que es mi esencia… mi alma… el lugar donde mi Dios ha puesto sus ojos; lo que verdaderamente ve en mí como creatura suya. Entiendo que todo mi ser está rodeado por el amor de Dios, toda yo, incluso con lo que no me gusta de mí. Y me siento amada por Dios, me siento valorada y respetada por Él. Siento un poco de vergüenza, pero el amor es más grande!
Finalmente llego al ultimo gajo de la mandarina y al morderlo me doy cuenta que estaba podrido. Entonces le pregunto al Señor, ¿qué significa? Me doy cuenta que lo que queda oscuro en mi alma no son las pequeñeces que me fastidian; sino los sentimientos, actitudes y pensamientos que en verdad la dañan, la pudren, y por eso debo tomar consciencia de lo que es realmente importante, y trabajar para lograr la limpieza y libertad de todo lo que exista en mí que no sea de Dios, porque si no lo hago, seguirá socavando y dañará todo el fruto, y probablemente también dañará aquellos frutos con los que comparto mi vida.
De esta experiencia, aprendí que no debemos quedarnos estancados en pequeñeces y escrúpulos. Debemos orar, perseverar, luchar y cavar más profundo, permitiéndole a Dios que vaya haciendo en nosotros su obra, para que un día, estos frutos se den en plenitud, para la gloria de Dios, para el bien de las almas y para nuestra propia santificación.