La paciencia todo lo alcanza
Todo en la naturaleza crece y se desarrolla lentamente: un árbol que produce frutos, una cría que se desarrolla en el vientre de su madre, el cambio de una estación a otra. Incluso los grandes inventos y descubrimientos de la humanidad, y las diversas obras artísticas como las bellas pinturas y esculturas, o las imponentes catedrales han sido producto de una reflexión y trabajo constantes, pausados, tras varios años de esfuerzo paciente.
Hoy en día, sin embargo, los adelantos tecnológicos, la facilidad para comunicarse, la competencia feroz que exige resolver todo con rapidez, y otros factores más, han hecho que vivamos aceleradamente y con prisas, provocando que vayamos perdiendo la virtud de la paciencia. Todo lo queremos al momento, y cuando algo no sale como lo esperábamos nos impacientamos y perdemos la calma.
Si se entiende por paciencia la capacidad para aceptar con calma el dolor y las pruebas que la vida nos pone para el continuo crecimiento interno, no es de extrañar que las nuevas generaciones crezcan con poca madurez y capacidad de resiliencia. La persona paciente tiende a desarrollar la habilidad para ver con claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos.
La paciencia, uno de los frutos del Espíritu Santo, es una de las virtudes más valiosas de la vida cristiana, ya que constituye el cimiento y de otras virtudes, como son la constancia, la perseverancia y la templanza, además de perfeccionar todas las demás. Todos los santos se han forjado a base de paciencia y perseverancia. Dios mismo es paciente con nosotros; a pasear de que fallamos una y otra vez, Él siempre nos perdona y aguarda nuestra conversión. Incluso el demonio sabe lo valiosa que es la paciencia, pues él mismo sabe esperar poco a poco y seducirnos lentamente para hacernos caer en sus redes.
La paciencia no significa pasividad, inacción o indiferencia, sino la fortaleza para saber esperar y la capacidad para saber actuar en el momento oportuno. La paciencia es un rasgo de personalidad madura, que sabe tolerar los defectos de los demás y los suyos propios.
El día a día nos ofrece un sinfín de oportunidades de practicar esta virtud: una enfermedad, un imprevisto o contratiempo, el tráfico de la carretera, el excesivo calor o frío, los defectos o imperfecciones de los que nos rodean, nuestras propias limitaciones, etc. Si aprovechamos todos estos momentos, y los unimos y ofrecemos a Dios, iremos forjando poco a poco nuestro carácter, dando pequeños pasos hacia la madurez espiritual y la santidad.
Mother María Elena Martínez is a nun, born in Mexico City, where she still resides today. She has had a consecrated life for more than 30 years. She is currently a member of a community called María Madre del Amor which is dedicated to evangelization through Emmaus retreats in parishes and prisons and Sicar retreats for young people.