LA PRUDENCIA, MADRE DE TODAS LAS VIRTUDES
Hace un par de semanas que participo en un seminario sobre derecho natural, y escuché una frase que me llamó mucho la atención: “sin la prudencia, no podrían existir las demás virtudes”. Eso despertó mi curiosidad y el deseo de saber más sobre ella.
Para empezar, es la primera de las virtudes cardinales, seguida de la justicia, la fortaleza y la templanza; por ende, es la que domina a todas las demás. Es decir, toda virtud debe ser, antes que nada, prudente. Por ejemplo: la valentía, si no va acompañada de la prudencia, se convierte en temeridad, o la generosidad, en despilfarro. El pecado, por ende, es consecuencia de una falta de prudencia. La prudencia perfecciona nuestro impulso para obrar.
Para actuar con prudencia, primero que nada, se debe tener un conocimiento objetivo de las cosas, es decir, conocerlas por lo que en verdad son, y a partir de ahí, a causa de este conocimiento de la realidad, se determina lo que se debe o no hacer. Sólo aquel que sabe cómo son y se dan las cosas puede estar capacitado para obrar bien. La prudencia significa, en resumen, que lo que quiero y lo que hago sean conformes a la verdad.
Los cristianos, al recibir el bautismo, reciben una prudencia infusa que los capacita para alcanzar la salvación, pero hay otra prudencia, aun más perfecta, que da al hombre no sólo las herramientas para alcanzar la salvación para sí mismo, si no también para otros.
La prudencia debe tener 3 elementos esenciales: memoria, docilidad y habilidad. Memoria para recordar siempre y en toda circunstancia lo que es verdadero y bueno; si no, se corre el riesgo de que la verdad sea falseada por el querer o no querer de nuestra voluntad. Por ejemplo: cuando sé que sobornar es malo, pero en el momento que se me presenta la ocasión de hacerlo para obtener un beneficio, me olvido que es inmoral. Docilidad, es decir, la humildad suficiente para dejarse aconsejar, dejando a un lado la manía de querer llevar siempre la razón. Habilidad, que es la capacidad de obrar bien ante lo inesperado, venciendo toda tentación de injusticia, cobardía o falta de templanza.
A medida que nos esforzamos por alcanzar una prudencia más perfecta, también debemos ser conscientes que existen dos falsas prudencias: una, por defecto, que consiste en no actuar por miedo o cobardía, esperando certeza donde no la hay; y por efecto, que es una astucia para sacar provecho en beneficio propio, aprovechándose de las circunstancias.
La persona virtuosa ha de buscar su certeza en la experiencia de la vida vivida, en la rectitud de intención y en la providencia de Dios, esperando silenciosa y humildemente el momento de actuar.
La prudencia es, en resumen, el timón que pone rumbo a nuestro camino de perfección.

Mother María Elena Martínez is a nun, born in Mexico City, where she still resides today. She has had a consecrated life for more than 30 years. She is currently a member of a community called María Madre del Amor which is dedicated to evangelization through Emmaus retreats in parishes and prisons and Sicar retreats for young people.