El Señor ha resucitado, verdaderamente ha resucitado el Señor!
Ciertamente, los mejores recuerdos de mi infancia y de mis hermanos en las mañanas del domingo de Pascua fueron cuando íbamos a misa, vestidos de punta en blanco, por supuesto, y las reuniones familiares felices. Sin duda, mis hermanos y yo, que habíamos renunciado a comer dulces durante la Cuaresma, al igual que todos los niños, nos entregábamos en exceso a los muchos alimentos sabrosos propios de la gran Fiesta de Pascua. Y sí, sabíamos y creíamos en lo que realmente celebrábamos cada Pascua: “¡Él Señor ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya!” pero como adultos, ciertamente hemos llegado a comprender y apreciar que la resurrección significa mucho más.
Como muchos cristianos, todos hemos transitado los cuarenta días de Cuaresma, hemos ofrecido actos intencionales de autosacrificio, hemos hecho de nosotros mismos un regalo para los demás en todas, o casi todas, las circunstancias y hemos pasado más tiempo en oración, todo con el deseo de experimentar, aunque sea una ‘pedacito’ de los cuarenta largos días de Cristo en el desierto… “para ser tentado por el diablo. (Y) no comió nada durante estos días…” (Lucas 4:2). Después que Jesús refutó y renunció a las tres tentaciones de Satanás, Él “volvió a Galilea con el poder del Espíritu” (Lucas 4:14) para comenzar Su ministerio proclamando el Reino de DIOS. Y después de la Resurrección, éste se convirtió en el gran ministerio público de los Discípulos y, por tanto, debe ser también nuestro ministerio… ¡sin excepción!
Para todos los propósitos prácticos, hoy en día con frecuencia, el “mundo” y la “carne” consideran a Jesús “muerto” en sus vidas y, a su vez, viven efectivamente sin consideración por Dios en sus actos y decisiones diarias. De hecho, San Juan Pablo II anticipó esta realidad cuando hace unos cuarenta años, en sus escritos, homilías y discursos desafió a los católicos a no vivir como “ateos prácticos”.
Con esto se refería a aquellos que incluso pueden asistir a la Misa dominical, pero pasan los otros seis días de la semana sin consideración por Cristo en sus vidas. A veces, también nosotros nos encontramos en un lugar así, cuando efectivamente vivimos sin un sentido real de la victoria de Cristo sobre nuestra propia pecaminosidad y dejamos que el temor a la muerte determine nuestras elecciones. ¡Nos sorprendemos pensando, diciendo y haciendo cosas que son contra-cristianas en lugar de contraculturales!
¡Los cuatro Evangelios nos declaran definitivamente que Jesús resucitó de entre los muertos! Por eso, también nosotros podemos proclamar: “¡el Señor ha resucitado, verdaderamente ha resucitado el Señor! ¡Aleluya! ¡Aleluya!” Es por esta razón que ya no debemos mirar al “mundo” en busca de propósito o dirección, o a la “carne” en busca de satisfacción y placer. Debemos dejar que todos los días nos hagan la misma pregunta que el ángel hizo a las mujeres en el sepulcro aquella mañana del primer domingo de Pascua: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? Él no está aquí, ha resucitado”. (Lc 24,5-6) En nuestra vida todo es diferente con esta Buena Noticia, por eso miramos a Cristo Resucitado, ¡para salir como los primeros discípulos a compartir esta verdad sin excepción con todos los pueblos!
Si alguna vez comenzamos a dudar o dudamos en compartir esta Buena Nueva, solo tenemos que buscar inspiración y fortaleza en la santidad de nuestra pequeña Christina Dangond. Cada día de su enfermedad declaraba simplemente la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte con esas preciosas palabras: “¡JESÚS, en TI confío!” Su fe vibrante… verdaderamente sobrenatural… no tendría sentido si Cristo no hubiera resucitado de entre los muertos. Y más aún, fue cuando el cáncer se volvió cada vez más penetrante en su cuerpo que su confianza y alegría perdurable aumentaron proporcionalmente.
En esta Pascua, deja que la Buena Noticia que Jesús ha Resucitado penetre más profundamente en tu corazón, y emprende como los primeros discípulos y 2,000 años de santos -jóvenes y viejos- diciendo al mundo entero por qué creemos lo que creemos: “El ha Resucitado”.
¡Él Señor verdaderamente ha Resucitado!”
Fr. Ed was ordained to the priesthood in May 2000 for the Archdiocese of Boston. He held three different parish assignments in the Archdiocese from 2000-2010 before his appointment to the Faculty of Saint John’s Seminary, where he was Dean of Men and Director of Pastoral Formation from 2010-2022. Fr. Ed is currently the Administrator of Sacred Heart Parish in Waltham, MA and Spiritual Director & Liaison for the Office for Homeschooling of the Archdiocese of Boston. He is the Spiritual Director for the World Apostolate of Fatima in the Archdiocese and a perpetually professed member of the Institute of Jesus the Priest of the Pauline Family.