El Pozo de la Misericordia
Ven a ver a un hombre que me dijo todo lo que he hecho.
¿Podría ser el Mesías? (Juan 4:29)
¡Qué humildad tiene esta mujer samaritana al salir de su encuentro con Jesús! En el año 2000, Cuando tenía 16 años fui a mi primer Retiro de Jóvenes donde experimenté una gran conversión, similar a este relato de las Escrituras. No había caído en cuenta que hasta ese momento apenas había estado viviendo mi fe y, con toda honestidad, mi vida. Pensaba que necesitaba dejar de pecar y ser una buena persona antes de poder tener un encuentro con Jesús, pero esto era un problema ya que, sin Él era imposible lograrlo. En ese momento de mi vida, todavía no había comenzado realmente a comprender el regalo del sacramento de la Reconciliación.
Durante este retiro, hubo una procesión eucarística alrededor de la sala donde el sacerdote, usando una estola envuelta alrededor de la base de la custodia (el receptáculo que contiene el Santísimo Sacramento), nos dio la oportunidad de tocar el manto de Cristo y fue verdaderamente poderoso. Como la mujer en el pozo, en ese momento pude ver claramente todo lo que había hecho en mi vida, en ese momento mi corazón cambió para siempre. Aunque ya había ido a confesarme antes, ese día fue la primera vez en mi vida que estuve tan consciente de mi confesión, reconociendo el milagro que estaba ocurriendo en mí y ante mí. Aunque en ese momento comenzó la obra de Dios dentro de mí, desearía poder decir que a partir de ese día viví mi vida de una forma verdadera, transformada para siempre como la mujer samaritana, pero eso tomaría algunos años y algunos encuentros más con Cristo.
Más tarde, cuando tenía 19 años, tuve un efecto secundario a un medicamento que causó un daño permanente en el nervio óptico de mi ojo izquierdo y también algo de daño en el ojo derecho. Estaba confundida y devastada por decir lo menos. Oré por una curación completa y me frustré mucho cuando la curación física no sucedió.
Poco después de esta experiencia traumática, comenzó un grupo de jóvenes en mi parroquia. Lo dirigía un sacerdote que había sido uno de los organizadores del retiro al que había asistido hacía varios años. Me uní al grupo y, lentamente a través de estas reuniones Dios continuó la restauración de mi alma que había comenzado años atrás. Aunque nunca recuperé mi vista física, lentamente Dios comenzó a ayudar a mi corazón a obtener una visión 20/20. Ahora puedo ver la belleza en la Reconciliación e incluso en la vulnerabilidad de la mujer samaritana. Porque, aunque toda su vida fue expuesta al estar ante Cristo, en verdad fue vista por Cristo con los ojos del AMOR y le permitió verse de la misma forma como El la veía.
Hoy, me encanta ir a recibir el sacramento de la Confesión, porque sé realmente a quién estoy encontrando allí en el pozo de la misericordia y el perdón. Durante este tiempo de Cuaresma, vayamos todos al pozo y, como la mujer samaritana, dejemos que Cristo nos diga todo lo que hemos hecho, para que también nosotros experimentemos su misericordia y su amor, así podamos salir al mundo anunciándolo a todos los que conocemos.
Padre amoroso y misericordioso, gracias por el regalo de mi vida. Gracias por el regalo de mis luchas y sufrimientos que me han llevado al pozo donde sigues encontrándome una y otra vez. Ayúdame a nunca perder de vista la esperanza que yace en tu regalo de Agua Viva que nos permite nunca más tener sed. Amén.