La Alegría del Reino
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame (Mateo 16:24)
A pesar de las serias preocupaciones sobre mi seguridad, viajé en paz a Nicaragua en Enero. Durante ese tiempo fueron encarcelados catorce sacerdotes, dos seminaristas y dos obispos. Sin embargo, fui bendecida con un gozo profundo y consolador, y con la certeza de que el Señor no abandonaría a Su Iglesia. Una semana después, los prisioneros fueron entregados al Vaticano.
Alegre en el avión de regreso a Boston, un joven sentado a mi lado me preguntó: “¿Qué se puede hacer para detener la violencia y la guerra en el mundo?” Luego me explicó que, aunque era agnóstico, apreciaba el testimonio de las religiosas. Simplemente compartí que una pregunta similar conmovió mi corazón hace mucho tiempo cuando estalló una guerra civil en Nicaragua, pero sorprendentemente, fui bendecida allí mismo con un profundo sentimiento de la existencia de Dios, y la convicción de que seguir a Jesús no era sólo la respuesta, sino también el único ideal por el que valía la pena dar mi vida.
No mencioné que cuando me tuve que enfrentar a sufrimientos, exilio, dificultades y desolación, dudé… mi amor por Jesús era demasiado imperfecto y pequeño. Hoy soy una hermana religiosa, no porque haya sido lo suficientemente valiente como para renunciar a mi propia voluntad, mi carrera y muchas otras cosas buenas, sino porque Jesús me preguntaba una y otra vez: “¿Me amas?”.
Ahora bien, ¿cómo se relaciona todo esto con el Domingo de Ramos?
Hoy Jesús entra triunfalmente en Jerusalén no buscando poder militar ni riquezas, sino como el Rey de la Paz. Una gran multitud lo sigue cantando alegremente “Hosanna”, mientras arrojan palmas y sus mantos a sus pies. Los discípulos seguramente estaban emocionados y muy orgullosos de haberlo seguido durante tres años; pero a los pocos días no querían ni siquiera ser asociados con Jesús. Es más, uno lo traicionó por dinero, otro negó tres veces haber conocido “a ese hombre”, y todos los demás, huyeron llenos de miedo. Mas aún, los que habían visto sus milagros y sanaciones, y la alegre multitud, sucumbieron a la presión de la masa que gritaba “¡Crucifíquenlo!”.
Si, es peligroso y arriesgado seguir de cerca a Jesús. Podríamos hacer decisiones profundas que nos ganarían el odio del mundo y aún de los más cercanos a nosotros. Podríamos ser intimidados por la voz de una sociedad que presiona a someternos a sus demandas; o sucumbir a la atracción de posesiones materiales o a las sutiles tentaciones del maligno. Es arriesgado confiar en Jesús cuando nos pide renunciar nuestras ataduras y seguridades, como lo hizo con el joven rico, y confiar que Dios va a cuidar de nosotros como a los lirios del campo; pero es aún más arriesgado cuando nos enfrentamos con pruebas, enfermedades, sufrimientos y persecuciones, como los sacerdotes de Nicaragua hoy en día.
Si, es difícil confiar en Jesús, pero la pequeña Cristina lo hizo y lo hizo a través del crisol y hasta el final. Ella fue una verdadera discípula que predicó con el testimonio de su vida en consonancia con sus palabras. ¿Qué hay de nosotros? Sé que yo le fallé a Jesús cuando las cosas se pusieron difíciles temprano en mi vida; pero como a Pedro y los otros, Jesús me perdonó y me dio otra oportunidad de seguirlo, no solo como un ideal, pero ahora con todo mi corazón.
Espero que el joven con el que hablé en el avión haya visto en mí no sólo palabras, sino un testimonio vivo de ese gozo que no se encuentra en tenerlo todo, sino en darlo todo. El mundo creerá cuando miren en nosotros la verdadera alegría del Reino por la consonancia de nuestras vidas con el camino de Cristo. Oro por la gracia de alinearme cada día con más integridad y generosidad con el Rey de la Paz.
Durante esta Semana Santa acompañemos a Jesús sin miedo al Monte Calvario y estemos al pie de la Cruz con María y Juan, y las mujeres fieles. Él ahora está glorioso en la Eucaristía, esperando en silencio que lo recibamos y lo adoremos, y al hacerlo, consolemos su Sagrado Corazón traspasado por nuestras ofensas, herido por nuestros pecados.
Sister Marta was born and raised in Managua, Nicaragua. Early in life she experienced an earthquake which claimed thousands of lives and destroyed her hometown. Later, political unrest, Communism, and persecution, especially of young people, caused her to migrate alone to the USA where she met new challenges. After a family tragedy and deeply affected by these adversities, Sister Marta began an inner search for answers to the mystery of life, suffering, truth, and the deepest yearnings of the human heart. She found the answer in Christ. By Divine Providence she met (and joined) the Secular Franciscans in Fresno, California, in 1994, and later, the Sister Disciples of the Divine Master where she discovered, with joy, an undeserved call to the consecrated life. Although a late vocation, she was admitted to the Congregation in 2000. Today, Sister Marta serves the Lord and His Church through her ministry at the Archdiocese of Boston.