Campamento de Verano Espiritual
Si alguna vez fuiste un niño de campamento de verano, conoces la magia. Las palabras no logran capturar completamente la mezcla de recuerdos, atemporalidad y diversión desbordante que define un campamento de verano. Todo se intensifica. El sol arde más sobre la piel, y el lago se siente más fresco cuando se abre en explosión por un clavado valiente en forma de “cañonazo”. Incluso la comida estilo cafetería sabe como un banquete celestial después de horas y horas de libertad al aire libre y sin pantallas. No hay nada como un campamento de verano.
Imagino que Pedro, Juan y Santiago experimentaron un atisbo de ese estado elevado cuando Jesús los invitó a subir al Monte Tabor y pasar un tiempo en oración con El. Apuesto a que ese día el aire penetró más profundo en sus pulmones, mientras nuestro Señor los conducía a un momento en el tiempo que quedaría grabado para siempre en sus corazones, al igual que en el calendario de nuestra Iglesia.
Aunque la transfiguración de Jesús fue, sin duda, la más dramática de todas, no cabe duda que dentro de cada uno de sus tres discípulos elegidos ocurrió también una transformación interior. Un cambio completo en su forma espiritual interna. La confirmación, por la voz misma de Dios, que la persona a quien seguían era su hijo amado. ¡La radiancia que debió brotar de aquella revelación! La Encarnación, tan cercana y tangible, que subía montañas y oraba con rodillas polvorientas en solidaridad con toda la humanidad, estaba allí con ellos. Un conocimiento que inevitablemente cambia a una persona. Un conocimiento que debería hacerlos brillar desde adentro.
Cuesta imaginar que cada uno de nosotros, al igual que los tres discípulos, estamos invitados por Jesús a nuestra propia sesión privada de oración con El. Sin embargo, eso es exactamente lo que es la Cuaresma. Es una invitación a apartarnos conscientemente de las expectativas diarias sobre cómo debería ser nuestra rutina y responder a la invitación de Jesús a orar con El. Me pregunto qué tan fructífera sería nuestra Cuaresma si dejáramos de verla como un riguroso campo de entrenamiento espiritual y comenzáramos a vivirla como un campamento de verano espiritual. ¿Y si, esta Cuaresma, Jesús nos está invitando a viajar ligeros, ¿contemplar las mismas estrellas que Abraham contempló y cantar canciones junto al fuego mientras brillamos desde dentro con la certeza que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación? ¿Y si esta Cuaresma nos negamos a instalar una tienda de campaña y, en cambio, nos dejamos mecer en la libertad expansiva del alma junto a nuestro Señor, ocupando nuestra mente en la imaginación de las cosas celestiales y siguiendo a Jesús a donde El nos quiera llevar?

Kelly Meraw is the Director of Liturgy, Music, and Pastoral Care for St. John – St. Paul Collaborative in Wellesley, Massachusetts. Kelly earned her Master’s Degree from McGill University, where during her undergraduate studies, she was received into the Catholic Church through the RCIA program at St. Patrick’s Basilica in Montreal, Canada. Kelly brings her deep love of scripture, liturgy, music, and devotion to Church teaching and tradition to her ministry.
In her parishes she leads bible studies; organizes faith sharing circles and social justice initiatives; leads communion, wake and committal services; offers adult faith enrichment programming; and shepherds bereavement ministries.
Currently she finds the undeniable movements of the Holy Spirit and great hope in the process of living as a deeply listening Church. After this first session of the Synod on Synodality she will continue to engage in the communal discernment process offering fulsome and inclusive ways to serve the Church’s current Synod.