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Fr. Ed was ordained to the priesthood in May 2000 for the Archdiocese of Boston. He held three different parish assignments in the Archdiocese from 2000-2010 before his appointment to the Faculty of Saint John’s Seminary, where he was Dean of Men and Director of Pastoral Formation from 2010-2022. Fr. Ed is currently the Administrator of Sacred Heart Parish in Waltham, MA and Spiritual Director & Liaison for the Office for Homeschooling of the Archdiocese of Boston. He is the Spiritual Director for the World Apostolate of Fatima in the Archdiocese and a perpetually professed member of the Institute of Jesus the Priest of the Pauline Family.
Tengo recuerdos muy vívidos de mis visitas como voluntario a algunas de las áreas más pobres de los EEUU, América Central y del Sur, y a dos naciones Africanas. Siendo un adulto joven, años antes de entrar al seminario, tuve mi primera asignación para reparar casas en la región pobre de las montañas de Apalachia del Este de Kentucky. Allí, ayudé a instalar plomería dentro de la casa de una familia que todavía usaba una letrina en el exterior de la casa. ¡Yo simplemente no me podía imaginar que en los años 90 todavía teníamos familias usando letrinas…en los Estados Unidos!
Mis visitas posteriores a Perú ya como seminarista y como sacerdote me llevaron a encontrarme con mucha gente llena de fe, pero muchos tenían tan poco y vivían en caseríos, donde las viviendas eran a menudo hechas con chatarra y cartón, y donde literalmente decenas de miles de personas se aglomeraban en faldas de montañas increíblemente áridas.
Repetidamente mi lucha para comprender tales condiciones de vida se enfrentaba al Evangelio, contra la PALABRA de DIOS. Incluso en las lecturas de misa del Domingo de hoy en día, me siento a reflexionar sobre lo que el Señor me está diciendo. Me está llamando a que salga de mi zona de confort, fuera de mi autosatisfacción y egocentrismo para ser generoso, cómo lo expresó la Madre Teresa, “vive con simpleza, ¿para qué otros puedan simplemente vivir”?
Conoces la frase, vanidad de vanidades? (Eclesiastés 1:2). Cuando la escuché por primera vez, naturalmente pensé en los pecados del orgullo y la arrogancia; pero no, entendí el significado más profundo de la palabra y el versículo: que la búsqueda de los bienes terrenales y placeres era fugaz, como el humo, y estaba extraviado en mí. ¿Con todo mi ser terreno, que tenía yo para mostrarle al Señor? Nada.
Hoy, San Pablo nos reta a: “Matar, entonces, las partes tuyas que son terrenales” (Colosenses 3:5) para que seamos apartados de los demás, liberados de la búsqueda de cosas pasajeras para buscar las cosas que son perennes; no vaya a ser que escuchemos las palabras directas de Jesús, “Tú, idiota, esta noche perderás la vida; ¿y las cosas que has preparado, a quién le pertenecerán”? (Lucas 12:20)
Cristo nos susurra en nuestros corazones humanos, llamándonos a una conversión mayor para experimentar el bien más grande: “el conocimiento y el amor de DIOS”. (Efesios 3: 19). Desde este espacio abierto en el corazón humano, Cristo busca dirigir nuestros pensamientos, palabras y acciones, para que verdaderamente amemos al prójimo. Este amor más profundo define a los discípulos cristianos y comienza a romper las barreras reales y las inequidades entre nosotros y entre toda la humanidad. Esto no es un pequeño logro; es algo necesario para comenzar a ver la paz que sólo Dios nos puede dar.
El autor de los salmos nos habla hoy: “Si hoy escuchas Su voz, no endurezcas tu corazón”. (Salmo 90) Por esto, deberíamos preguntarnos, ¿” Dónde se ha endurecido nuestro corazón contra otro? ¿Ante quién debemos volvernos más pequeños y humildes y pedir perdón? ¿Es que acaso tenemos miedo de desprendernos de nuestras posesiones para después exclamar “No tendré suficiente” o “He trabajado mucho por todo ésto”?
El Cuerpo de Cristo está necesitando reconstrucción y el mundo necesita desesperadamente la misericordia de Cristo para reconciliar las faltas y diferencias entre gentes y naciones. La pequeña Cristina Dangond nos recordó muy claramente como reconstruir la Iglesia y construir la fe – alma por alma – cuando oraba: “JESUS, en Tí Confío”. Estas palabras eran tan preciosas y estaban a menudo en sus labios, sin ningún temor por lo que le pudiera pasar a ella, siempre colocando las necesidades del prójimo antes que las suyas. Cristina no dejó que las cosas materiales se entrometieran entre ella y otras personas, y a menudo regalaba sus bienes personales favoritos; y, ella estaba siempre ofreciendo al cielo su mayor don del sufrimiento, un regalo mucho más grande y precioso que las cosas de este mundo.
Pidamos por las intercesiones de la pequeña Cristina para que nosotros, también, podamos construir la fe al re-edificar nuestras relaciones y el mundo circundante al exclamar simplemente, y vivir plenamente, la frase: “JESUS, en Tí Confío”!