Una alegría que florezca
Nosotros, la Iglesia, acabamos de en esta última semana, una cara diferente de nuestra propia salvación. Hemos agitado ramas triunfales de palma en anticipación de un tipo de recepción diferente… una recepción que podría abrir un Mar Rojo de miedo y odio… una liturgia que cambia en un instante, de la misma manera que lo hace toda tragedia humana devastadora, sin advertencia alguna ni forma de prepararnos.
Hemos sido humildes testigos de un acto de humillación propia, donde los pies son lavados para que también nosotros aprendamos a lavar pies. Que en el lavado seamos reconocibles ante el mundo como sus discípulos. Un acto de humildad que podría reemplazar nuestros corazones de piedra con corazones de carne. (Ezequiel 36:26) Nos hemos maravillado de cómo alguien podría amarnos tanto que esté dispuesto no solo a morir por nosotros, sino a hacerse nuestro pan (vida) y vino (alegría).
Nos hemos sentado ante El, real en todos los aspectos, y sentido su calor en nuestros rostros. Escuchado su voz de consolación mientras nos preparábamos para lo que estaba por venir en cuestión de horas.
Hemos caminado los pasos del Amado moribundo, repasando cada momento, palabras y miradas intercambiadas, con la esperanza de exprimir hasta la última gota de El en el recorrido.
Hemos observado cómo nuestros clérigos se postran frente a la cruz de su propia salvación, recordándonos que la gracia es lo único que invita aire a nuestros pulmones. Nos hemos alineado, como clientes de una cocina popular, para venerar ese símbolo de vida para todos nosotros. Hemos llorado mientras conmemorábamos la muerte de aquel que nos ha amado y nos amará siempre, hasta el final; una muerte que nuestros corazones, por compasión, nunca podrán comprender completamente; no sea que estallen por la magnitud de ella.
Y luego nos sentamos en silencio con el peso de todo aquello.
En completa oscuridad, nos alegramos. Encendemos una sola vela sagrada de una fe que solo puede ser sostenida en comunidad. Compartimos esa luz con el extraño que está sentado a nuestro lado, sabiendo que, aunque una llama se divida, no hay razón para que nosotros lo hagamos. Escuchamos historias de cómo Dios ha amado prodigiosamente a lo largo del tiempo y el espacio. Desenterramos nuestro “Gloria” y “Aleluya” de debajo de la gruesa capa de autoexamen y revelamos una asombrosa novedad en ambos. Invocamos a los santos que lo presencian todo y deben estar pensando: “Oh, solo espera y verás…” Decimos, “Ven al agua” y damos la bienvenida a nuevas hermanas y hermanos. Los sellamos con siete dones que son irrevocables, como tatuajes en sus almas. Somos rociados con un recordatorio bendito de nuestro propio llamado y luego compartimos una comida familiar que nos alimenta desde el cielo.
En la mañana de Pascua, si hemos participado plenamente, debemos admitir algo ante nosotros mismos. Estamos un poco cansados. Estamos un poco agotados y cansados. Hemos estado en una montaña rusa espiritual y aunque nuestro “Aleluya, El ha resucitado” podría ser genuino, aún no está completamente encarnado.
Gracias a Dios, nuestra Iglesia nos brinda el regalo de esta temporada litúrgica más larga para absorber la extravagancia de ella gota a gota. Así que, aunque el chocolate de Pascua pueda haber desaparecido hace mucho tiempo, estamos llamados como Iglesia a una alegría sostenida. Quizás una alegría que florezca durante cincuenta días para que podamos ser transformados lenta y radicalmente por Pentecostés.
Kelly Meraw is the Director of Liturgy, Music, and Pastoral Care for St. John – St. Paul Collaborative in Wellesley, Massachusetts. Kelly earned her Master’s Degree from McGill University, where during her undergraduate studies, she was received into the Catholic Church through the RCIA program at St. Patrick’s Basilica in Montreal, Canada. Kelly brings her deep love of scripture, liturgy, music, and devotion to Church teaching and tradition to her ministry.
In her parishes she leads bible studies; organizes faith sharing circles and social justice initiatives; leads communion, wake and committal services; offers adult faith enrichment programming; and shepherds bereavement ministries.
Currently she finds the undeniable movements of the Holy Spirit and great hope in the process of living as a deeply listening Church. After this first session of the Synod on Synodality she will continue to engage in the communal discernment process offering fulsome and inclusive ways to serve the Church’s current Synod.