Un Abrazo Divino
Aquel domingo se suponía que iba a ser un día ordinario, pero terminó convirtiéndose en una de las experiencias más transformadoras de mi vida.
Lo único diferente que sucedió esa día fue que mi hijo, que está en la universidad, vendría a encontrarse con nosotros para asistir a la Misa de la mañana. Tenía algo importante que decirnos, y estábamos ansiosos por verlo. Llegamos unos minutos tarde, y la iglesia estaba llena de gente. Al no encontrar asientos disponibles, decidimos quedarnos en la parte de atrás.
Para nuestra sorpresa, una persona se nos acercó y amablemente nos ofreció un lugar para sentarnos. No podía imaginar dónde encontraría espacio, pero, para nuestro asombro, nos llevó hasta la primera banca, justo frente al altar. Era el lugar perfecto: cómodo y sereno.
Sin embargo, apenas me senté, sentí que el peso familiar del dolor crónico comenzaba a extenderse por mis hombros y mi espalda. El dolor ha sido parte de mi realidad diaria desde hace algunos años, pero ese día deseaba desesperadamente un descanso. Anhelaba concentrarme plenamente en la misa y, después, disfrutar de una conversación significativa con mi hijo.
Como hago a menudo, cerré los ojos y me volví hacia María en oración. Le abrí mi corazón, pidiéndole un poco de alivio—solo unas horas sin dolor. Al mismo tiempo, me sentía abrumada por el duelo de la pérdida de una amiga muy cercana. Mi alma se sentía pesada por la tristeza, y en mi vulnerabilidad, supliqué a María por su intercesión.
En ese momento la congregación se arrodilló. El dolor se intensificó al bajar de rodillas, y luché por mantenerme presente, con las manos unidas, concentrando mis oraciones en María. En ese momento de intensa oración, ocurrió algo extraordinario.
Lo sentí: una presión suave y cálida en mi hombro derecho, exactamente donde el dolor había sido insoportable minutos antes. Sentí como si alguien que me amaba profundamente me estuviera dando un abrazo tierno. El calor se extendió por mi cuerpo como un rayo de amor puro, derritiendo el dolor. Las lágrimas inundaron mis ojos, y lloré—lágrimas no de tristeza, sino de alegría y satisfacción. Me sentí envuelta en amor, rodeada de paz, y deseaba que ese momento no terminara nunca.
Abrí los ojos, aún llenos de lágrimas, y miré hacia mi hombro derecho para ver de dónde venía esa calidez. Para mi asombro, vi el rostro angelical de una niña descansando sobre mi brazo, una pequeña de un año con la sonrisa más hermosa. Su mirada inocente se cruzó con la mía, y parecía mirarme como si ya me conociera.
La mujer sentada a mi lado, la madre de la niña susurró suavemente: “Lo siento”. Intentaba apartar a su hija, pero la pequeña no quería soltarse. Cada vez que la alejaba, la niña volvía a acurrucarse en mi brazo. No pude evitar sonreír a través de mis lágrimas ante este inesperado encuentro lleno de amor.
Luego, la niña señaló la cadena con una cruz que llevaba alrededor del cuello y, con la claridad que solo un niño puede tener, dijo: “La Cruz”. Sus palabras llegaron directo a mi corazón. Le sonreí, y ella me devolvió la sonrisa. En ese fugaz intercambio, sentí una conexión más allá de las palabras, como si Dios me recordara su presencia a través del afecto inocente de esa niña.
Al finalizar la Misa, la madre de la niña volvió a acercarse, disculpándose una vez más. Pero lo único que pude decir, entre lágrimas, fue: “Gracias, gracias”.
Aquel día se desarrolló de manera maravillosa. Fuimos a un restaurante cercano y disfrutamos de una conversación larga y significativa durante el almuerzo. Pasamos horas hablando y disfrutando de nuestra compañía—y para mi asombro, estaba completamente libre de dolor. Apenas podía creerlo. Poder estar sentada tanto tiempo sin molestias fue un regalo raro para mí, y saboreé cada momento.
Aunque no puedo decir que mi dolor crónico haya desaparecido por completo, ese día marcó un cambio. He comenzado a sentirme mejor, a experimentar períodos más largos sin dolor, e incluso he comenzado a estar más activa—haciendo ejercicio, trabajando y disfrutando la normalidad de la vida de maneras que pensé que ya no serían posibles para mí.
Creo con todo mi corazón que María respondió a mis oraciones ese día a través del toque gentil de una niña. Fue como si Dios hubiera usado a esa pequeña para entregarme un mensaje de amor y sanación, recordándome que no estoy sola. Llevo esta experiencia conmigo con profunda gratitud, sabiendo que he sido bendecida de una manera que las palabras no pueden capturar por completo.
A quienes estén luchando con dolor o tristeza, los animo a volverse hacia María. Ella escucha nuestros lamentos, conoce nuestras cargas y las lleva amorosamente a su hijo. Incluso cuando nos sentimos más perdidos, ella encuentra la manera de recordarnos que somos profundamente amados. Y, a veces, envía un ángel—disfrazado de niño con un abrazo—para mostrarnos que el amor siempre está al alcance de la mano.
Claudia and her husband Juan have shared many wonderful years together in Houston. As their four amazing kids are almost all gone to college, the couple is finding joy in spending more time in Claudia’s hometown of Valledupar, Colombia, embracing the chance to be closer to their family.
A passionate entrepreneur, Claudia’s spirit shines through her flourishing online women’s accessories business. Though the past four years have brought with them the challenge of chronic pain, she has persevered, her faith unshaken. Through this journey, her relationship with God has blossomed, and she is filled with gratitude for the blessings in her life.
In the face of adversity, Claudia remains a beacon of hope and acceptance, understanding that His will guides her path. With unwavering optimism, she openly shares her testimony, inspiring others with the knowledge that, through faith and love, things can always get better.