Es así de simple
Kelly Meraw is the Director of Liturgy, Music, and Pastoral Care for St. John – St. Paul Collaborative in Wellesley, Massachusetts. Kelly earned her Master’s Degree from McGill University, where during her undergraduate studies, she was received into the Catholic Church through the RCIA program at St. Patrick’s Basilica in Montreal, Canada. Kelly brings her deep love of scripture, liturgy, music, and devotion to Church teaching and tradition to her ministry.
In her parishes she leads bible studies; organizes faith sharing circles and social justice initiatives; leads communion, wake and committal services; offers adult faith enrichment programming; and shepherds bereavement ministries.
Currently she finds the undeniable movements of the Holy Spirit and great hope in the process of living as a deeply listening Church. After this first session of the Synod on Synodality she will continue to engage in the communal discernment process offering fulsome and inclusive ways to serve the Church’s current Synod.
Ser padre de mi pequeño hijo, un niño inquieto y lleno de energía, es un ejercicio diario de humildad. Es particularmente contrastante cuando este niño viene después de mi hija, cuyo acto de rebelión más importante era tener en su mesa de noche una montaña de libros a medio leer. Este niño siempre aparece como un recordatorio de esperar lo inesperado, y de nunca acostumbrarte a la idea que no tienes ni idea de lo que estás haciendo. El moviliza mis reservas de energías, mientras se pone particularmente activo ante la más remota posibilidad de calma. Sin importarle, corre a velocidades que pueden romperle el cuello, se le olvida el casco, se lanza por el tobogán más alto del parque y le encanta prender fogatas en el estacionamiento usando su lupa.
Mi niño es incapaz de pensar en consecuencias. Algunos días me empuja a rezar con absoluta dependencia en Dios.
Un día como ese fui a ver a nuestro Señor, mientras me sentía, como muchos otros padres se sienten, que seguramente en un futuro lejano, me tocaría sacarlo de la cárcel. Miré a Dios y en medio de mi sensación de impotencia le rogué que me diera las palabras que necesito decir para simplificar las cosas en el corazón de mi hijo. Palabras que ayuden a mi niño a entender que su energía es un regalo, y que bien canalizada puede resultar en cosas increíbles. Palabras que él pueda recordar cuando se sienta agitado. Palabras que lo fortalezcan, no que lo disminuyan. Desde este lugar de absoluta vulnerabilidad oí la voz de Dios: Mantén tu cuerpo seguro.
No podía ser más simple; pero en esas cuatro palabras en el corazón de esta madre, había una fuente de sabiduría sobre la que podía reflexionar el resto de mi vida. Mantén tu cuerpo seguro. Es así de simple, ¿Verdad? En el “mantener” somos protectores de un hermoso regalo que no merecemos. Con la referencia a “tu” cuerpo se nos da el poder de tomar decisiones saludables. Nuestro “cuerpo” se nos entrega con un propósito divino y es el vehículo del Espíritu Santo y del mismo Cristo en el regalo de la eucaristía. En su “seguridad” reconocemos el plan de Dios para nuestro bienestar, para prosperar y no hacer daño. Planes para nuestro futuro. (Jeremías 29:11)
He repetido estas palabras a mi hijo tantas veces que pueden estar tatuadas en su brazo. Mantén tu cuerpo seguro, mi Amor. Mantén tu cuerpo seguro, Chiquito. Mantén tu cuerpo seguro, Niño grande. Y, sin embargo, no las tengo reservadas solo para él. ¿Qué mejor consejo para una hija adolescente? Mantén tu cuerpo seguro, mi niña.
Hace algunas semanas en el evangelio del Domingo, Jesús reúne seiscientas trece Leyes Mosaicas y las resume con una simplicidad similar. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, tu mente y tu alma. Y ama a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:34-40) ¿Es así de simple verdad? Sin embargo, nos va a tomar toda la vida asimilar completamente estas palabras.
A veces, pienso que Dios nos mira a los padres y tiene las mismas impresiones que yo tengo de mi niño: imprudente, ignorante, irresponsable. Los fariseos en este Evangelio del Domingo actúan como niños de preescolar, tramando poner a Jesús en problemas. La tentación de Dios debe ser alzar las manos al aire y rogar por palabras nuevas para ayudarnos a transitar todo esto.
Y, sin embargo, a todos nosotros, pequeños, impulsivos, descoordinados e irresponsables mortales, Jesús nos ha debido tatuar en el corazón estas palabras: Ámame. Ámate a ti mismo. Ama a tu prójimo. Pasen el resto sus vidas entendiendo la grandeza, profundidad y extensión de estas palabras. Es así de simple.