Católico con una “c” Minúscula
«Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no nos sigue». Jesús respondió: «No se lo impidan. Nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor» (Marcos 9:38-40).
Viví en Appalachia, Kentucky, durante dieciséis meses en una misión católica. El condado en el que viví y trabajé era uno de los más pobres de nuestro país. La pobreza que encontré allí era incomprensible, especialmente dado el hecho que Kentucky está ubicado en el país más rico del mundo. Cuando había ido anteriormente en un viaje misionero a Honduras, esperaba ver esa lucha y sufrimiento, pero no aquí en los Estados Unidos.
Otra revelación para mí mientras vivía en Kentucky fue la falta de iglesias católicas y la distancia entre ellas. Crecí en una ciudad que tenía al menos 20 iglesias católicas de diferentes orígenes. Por ejemplo, algunas eran principalmente portuguesas, mientras que otras eran españolas, polacas, libanesas u otras nacionalidades. El Jueves santo, fácilmente participaba en la práctica de visitar siete iglesias para orar y velar con Jesús. Desafortunadamente, esto no era posible en Kentucky, ya que había al menos 45 minutos de viaje entre las dos iglesias de la misión y probablemente otros 45 minutos para llegar a la siguiente.
Muchas de las iglesias en la zona fueron, de hecho, construidas por el P. Ralph Beiting, el sacerdote católico ciego de 88 años que tuve la bendición de cuidar y servir como su chofer. El P. Beiting era muy trabajador y estaba muy comprometido con el ecumenismo. Creía firmemente y solía decir: “Necesitamos dejar de lado toda la burocracia y ser católicos”. La palabra “católico”, con “c” minúscula, significa universal. Antes de trabajar con el P. Beiting, no era consciente de la actitud negativa que tenía hacia las diferentes denominaciones protestantes y cómo solo veía las diferencias entre nosotros. Afortunadamente, Dios abrió mis ojos a través de mi experiencia en Kentucky.
Recuerdo muy claramente un día en el que estaba luchando. Habiendo venido de Massachusetts y de un grupo juvenil muy solidario, YHOPE, donde tenía amigos católicos increíbles, me encontraba sola día tras día trabajando en una tienda de segunda mano en Lovely, KY. Estaba en la tienda empaquetando alimentos para la despensa de alimentos cuando oré, suplicando a Dios: “Dios, necesito algo, necesito conexión”. Justo en ese momento, un hombre que trabajaba en una misión diferente, que ayudaba en otra despensa y que pertenecía a una denominación diferente, entró y me preguntó si quería unirme a su grupo interdenominacional de estudio bíblico. Inmediatamente dije: “Sí”. Resultó que no solo era la única católica allí, sino que también era la única persona soltera en el grupo; todos los demás participantes eran parejas. Mes tras mes me uní a ellos, y mes tras mes Dios me mostró que no se trata de nosotros contra ellos, sino de un nosotros colectivo contra el pecado y el mal. Pude compartir mi profundo amor por Dios con ellos y, al mismo tiempo, cultivar lo que espero sean algunas amistades para toda la vida. Las personas del grupo cambiaron mi vida para mejor, para siempre.
Cuando me mudé por primera vez a Kentucky, estaba luchando con mis propios demonios, y en muchos sentidos, no estaba ganando esas batallas. Sufría de depresión con pensamientos suicidas y tenía miedo de casi todo. Constantemente me preguntaba por qué Dios me había hecho así y no tenía esperanza que las cosas cambiaran. Poco a poco, sin embargo, Dios utilizó a estas personas extraordinariamente comunes para traer sanación duradera a mi corazón, lo que me ayudó a convertirme en la mujer que Dios quería que fuera. Hoy amo mi vida, y aunque tengo luchas, sé que Dios está conmigo en todo.
Padre tierno y amoroso, gracias por todas las bendiciones que has derramado sobre mi vida. Gracias por todas las personas que has enviado para acercarme más a Ti. Gracias por las luchas que me recuerdan mi anhelo y deseo de estar contigo para siempre algún día en el cielo. Por favor, extiende tu mano a cualquiera de tus “pequeños” que estén luchando con los mismos sentimientos de inutilidad y desesperanza que yo tuve una vez. Te pido todo esto en el nombre de Jesús. ¡AMÉN!