Un Encuentro Sorprendente
Hace unas semanas, camino a la misa diaria, al cerrar la puerta del carro; sentí detrás de mi algo inesperado: un peso enorme presionando sobre mi corazón, una carga que me hacía dudar de mis propias fuerzas. Era como si de repente mis ojos se abrieran y me diera cuenta de que había estado arrastrando una piedra muy pesada; una que ya no podía llevar. La tristeza y el dolor me invadieron; sentí frustración y agotamiento, pero al mismo tiempo, una extraña calma. No entendía lo que estaba sucediendo.
Del carro a la entrada de la iglesia había solo unos pasos, pero al empujar la puerta pesada, sentí un abrazo lleno de amor, como si en ese momento alguien muy querido me hubiera estado esperando. Sentí calor: la presencia viva del Espíritu Santo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Eran lágrimas de dolor y arrepentimiento por haber herido a un Dios tan bueno, pero también lágrimas de alegría, porque sabía que era el Espíritu Santo quien estaba allí conmigo, recibiéndome esa mañana con los brazos abiertos y dándome la oportunidad de soltar lo que me mantenía alejada de Él. En ese momento comprendí que el Espíritu Santo estaba moviendo esa enorme piedra que había bloqueado mi camino sin que yo siquiera lo notara.
Entré y me senté en uno de los bancos de atrás, tratando de ocultar mi rostro bañado en lágrimas. Pensé que no podría escuchar el Evangelio ni participar plenamente en la misa debido a la intensidad de mis emociones. Sin embargo, cuando levanté la mirada y vi a Cristo frente a mí, mirándome a los ojos, sentí una paz profunda. Solo puedo compararla con la paz que se siente al rezar el rosario y sentir a la Virgen María envolviéndote en su abrazo. Fue como volver a ser niña, sentarme en el suelo y descansar mi cabeza en el regazo de María. Esa misma paz permaneció conmigo durante toda la celebración.
Después de la bendición, esperé a que todos se fueran, no quería irme. Permanecí en silencio, con la mirada fija en la cruz que sostenía a Jesús. Sentí que estaba allí para recordarme que no estaba sola, que nunca había estado sola. Esa cruz ante mí era prueba que Jesús ya había cargado el peso más grande por mí, y todo lo que Él pedía de mí era confiar. Allí, entre mis lágrimas, sentí cómo mi corazón se hacía ligero… y confirmé una vez más que con Dios todo es posible, que con Él cada paso encuentra su dirección y cada piedra se convierte en un camino.
El camino hacia Dios no es fácil. Está lleno de piedras—algunas pequeñas y fáciles de mover, otras grandes y difíciles de arrastrar. Somos como pequeñas hormigas, yendo de un lado a otro, trabajando incansablemente, creyendo que podemos resolver todo con nuestra fuerza limitada; pero sin la gracia de Dios no podemos avanzar. Solo Dios puede levantar las piedras más pesadas de nuestros caminos. Basta con unos segundos en su presencia para renovar nuestra relación con Él y seguir caminando con firmeza en el camino hacia su corazón.

Claudia and her husband Juan have shared many wonderful years together in Houston. As their four amazing kids are almost all gone to college, the couple is finding joy in spending more time in Claudia’s hometown of Valledupar, Colombia, embracing the chance to be closer to their family.
A passionate entrepreneur, Claudia’s spirit shines through her flourishing online women’s accessories business. Though the past four years have brought with them the challenge of chronic pain, she has persevered, her faith unshaken. Through this journey, her relationship with God has blossomed, and she is filled with gratitude for the blessings in her life.
In the face of adversity, Claudia remains a beacon of hope and acceptance, understanding that His Will guides her path. With unwavering optimism, she openly shares her testimony, inspiring others with the knowledge that, through faith and love, things can always get better.