Soltando el Control en la Trinchera Familiar
Desde que llegó el nuevo integrante a casa, nuestro tercer hijo, la vida dio un giro de 180 grados. Ahora, la casa suena más, hay más desorden, y la rutina se siente como una misión de supervivencia. Pero ¿saben qué? Nunca habíamos sido tan felices, porque nunca habíamos experimentado tan de cerca la realidad de tener que soltar el control. Sentirnos plenos no significa que todo sea perfecto; al contrario, es abrazar este bendito caos de tener una familia “numerosa” en pleno siglo XXI.
Ver la cuna llena y sentir que somos instrumentos de Dios para formar a esta nueva alma es la aventura más grande que podíamos haber elegido. Y sí, es una locura, una apuesta arriesgada en un mundo que constantemente nos dice: “Vivan cómodos, vivan solos, viajen, cierren la fábrica”.
Pero aquí seguimos, en la trinchera del matrimonio, remando a contracorriente, convencidos que invertir en la familia es la única jugada que vale la pena.
En medio de esta trinchera, las palabras de Jesús Urteaga, en “Los defectos de los Santos”, han iluminado con gran fuerza nuestro camino, animándonos a no bajar la guardia y a asumir con humildad la realidad que solo con la gracia divina es posible cumplir las tareas cotidianas de una familia “numerosa”.
Ahora, con tres hijos, en muchas situaciones cotidianas las manos no nos alcanzan, así que en muchas situaciones nos toca simplemente cerrar los ojos, orar y lanzarnos al vacío, confiando en que nuestro Padre nos ayudará en el camino. A veces, nos toca seguir solos, pero la mayoría de las veces Dios se vale de los corazones conmovidos de familiares, amigos y extraños que al vernos nos dan esa mano extra que nos hacía falta, justo en el momento preciso. Constantemente estamos obligados a poner en práctica el abandono en Dios y a fortalecer la humildad de reconocer que somos tan pequeños ante las tareas que se nos encomienda.
Los santos tuvieron muchas carencias espirituales, siempre había algo que les faltaba para cumplir la voluntad de Dios. San Pedro era impulsivo y, en el momento clave, negó a Jesús. San Pablo era un perseguidor de cristianos antes de su conversión. San Jerónimo tenía un temperamento que lo hacía pelear por todo. Ellos eran, a veces, un completo desorden, sin embargo sus defectos no los descalificaron; se convirtieron en el material bruto que, pulido por la gracia, los llevó al cielo.
Si Dios confió su Reino a personas con tantos defectos y debilidades, ¿cómo podríamos pensar que no somos capaces de llevar a cabo nuestra misión? No serán nuestras fuerzas las que sostengan a esta familia, sino las de Dios. Él lo hará a través de nosotros, usándonos como instrumentos. Solo necesitamos ser dóciles y estar abiertos a su gracia.
Nosotros, que aún estamos aprendiendo a manejar dos niños y un recién nacido, miramos a los santos y sentimos alivio. Ellos nos recuerdan que Dios no necesita que seamos perfectos para obrar a través de nosotros. La humildad comienza reconociendo que no somos santos, que nos equivocamos todos los días, que a veces decimos lo que no debemos o actuamos sin pensar. Por eso, debemos volvernos un poco más “audaces”, entendiendo que la santidad no está libre de riesgos; es una decisión diaria de “entrar en la batalla”.
Si los santos lucharon contra sus defectos, entonces la verdadera santidad está en la perseverancia: en negarse a rendirse y en la disposición de comenzar de nuevo cada día. En nuestro hogar, eso se ve en mantener la calma con un bebé que llora mientras el trabajo espera, pedir perdón cuando hablamos con dureza, levantarnos temprano a orar o incluso preparar el desayuno y las loncheras. Estas pequeñas luchas y victorias se convierten en nuestro camino al cielo.
Nuestro tercer hijo vino para recordarnos que Dios confía en nuestra imperfección. Aunque nuestra manera de criar esté lejos de ser ideal, nuestra misión es clara: luchar juntos, a pesar de nuestros límites, hacia la plenitud del cielo. Dios no nos pide perfección, solo que no nos rindamos. El llamado no es para “superhéroes”. Es para ti y para mí, en medio de la vida real; pañales incluidos.
Santa María, Reina de la familia, ruega por nosotros.

Juan and Sofia were born into Catholic families in Colombia, South America. They met on Juan’s Patron Saint Feast Day, Saint John Bosco, January 31st and recently got married on the 31st of July. Both have encountered Jesus in their lives and decided to follow him with great commitment.
Juan is a Political Scientist and also a great golfer. He works in the Wine and Spirits Industry.
Sofia is a commercial real estate lawyer and works at her family-owned business. They currently live in Cali, Colombia.
Juan and Sofia are increasingly passionate about the apostolic mission with the youth and young professionals. They are committed to showing the love of God and his mysteries through the beauty of the sacrament of marriage and friendship. Both have lived their conversion through different spiritualities within the Church, such as the charismatic renewal, parish groups (Emaus and Effeta), Mana (a self-founded apostolic group) and Opus Dei. This last one is currently where both congregate and receive all their spiritual formation and guidance. Although they have much to learn, they are eager to share their testimony with all the readers.
