Mis amaneceres en el campo
Con los años, muchos adultos mayores descubren que se despiertan más temprano, a veces incluso antes de que el sol asome en el horizonte. Lejos de ser una molestia, este cambio natural en el ritmo del sueño se convierte en una bendición, es una rutina silenciosa y serena en la que el mundo parece detenerse por unos momentos
La ciencia lo explica: con la edad, el reloj biológico se adelanta, lo que lleva a dormirnos más temprano y a abrir los ojos con la primera luz del día. Pero más allá de la biología, hay una sabiduría implícita en ese despertar. Esas horas tranquilas no son solo un momento más del día, representan un refugio, un espacio para orar, reflexionar, agradecer… y escuchar cómo la vida vuelve a comenzar.
En mi caso, los amaneceres tienen un lugar sagrado por ser un altar natural donde todo cobra sentido. En mi terreno rural, a lado de un viejo de Caracolí, un árbol firme y generoso que custodia mis recuerdos y guarda mis silencios bajo sus ramas inmensas que se abren como brazos protectores, el campo comienza a despertar con lentitud… y yo me emociono al vivir ese momento inolvidable.
Rodeado de flores y acompañado por el movimiento constante de las hojas, entusiasmadas por las brisas que vienen de la Sierra Nevada, todo parece respirar con una armonía perfecta. El aire es limpio, la luz llega sin prisa, y el alma se aquieta, como si Dios caminara a mi lado sin hacer ruido.
Los guayacanes, cubiertos de flores lilas, prodigan a la mañana una belleza que renueva y nos ofrece su madera altamente valorada por su extraordinaria combinación de resistencia y tenacidad. Cada flor me habla de resiliencia, de la capacidad de renacer tras la sequía, de brotar luego del silencio. No florecen por azar, sino como recompensa a una espera paciente, como testimonio de una raíz que jamás se rindió. Al contemplarlas, comprendo que la vida no siempre se manifiesta cuando la invocamos, pero siempre regresa cuando más la necesitamos.
En su ternura firme aprendo que el alma también puede florecer cuando encuentra la luz, incluso después de los inviernos largos.
Entusiasmado contemplo el campo que se llena de vida con una cadencia que enternece. El canto del gallo rasga el silencio como un salmo antiguo. Los perros cruzan el patio con paso sereno, y las vacas se acercan al corral. El ordeño comienza, y ese goteo pausado de la leche en el balde que sostiene el ordeñador entre sus piernas, parece una oración que la tierra le dirige al cielo. Más allá, el arrozal espera que el agua comience a correr, inundando los surcos, despertando la raíz con su frescura bendita.
¡Ese es Dios tocando la siembra con manos invisibles!
En medio de todo ese grandioso espectáculo, mis seres queridos —los que aún están y los que ya partieron— viven en cada rincón de ese sensitivo paisaje: En las flores lila, en la leche tibia, en el agua que corre, en la brisa que danza entre las ramas. Toda esa orquesta de emociones, están ahí, sin alarde, como lo hace la fe: silenciosa, firme, presente.
Con los años, ya no corro tras el reloj. Me gusta untarme con las brisas y dejar que su caricia sutil me envuelva. De ese contacto maravilloso brotan los versos que iluminan mi alma y le dan aliento. Todo adquiere sentido.
Hoy camino con la calma de quien ha aprendido a escuchar el tiempo en lugar de perseguirlo. En cada amanecer descubro un estímulo sereno; ya no necesito grandes certezas: me basta el canto de un pájaro, el color de una flor, la sombra protectora del viejo árbol de Guayacán florecido
He comprendido que la esperanza no siempre llega desde afuera; a veces, despierta en silencio, dentro del alma, estimulada por la gracia fecunda del Creador, cuya presencia silenciosa me llena de paz.

Ricardo Gutiérrez is an economist and entrepreneur with extensive experience in various sectors. His life has been marked by professional commitment, faith, and family. Fifty years ago, he married Elsy Dangond, with whom he has built a strong family, raising three children and seven grandchildren. Educated by the Jesuits in Colombia, his education strengthened his principles and trust in God. His faith is his daily guide, inspired by a wise Spanish priest and symbolized by the crucifix before which he prays each day. For him, Jesus Christ is the true architect of his achievements.