Canto de amor eterno, llama que no se apaga
Cuando el alma nos habla en silencio y la memoria se llena de luz con los momentos vividos, comprendemos que no todo está perdido. Porque el amor verdadero, aquel que nace de Dios y se expresa en la ternura compartida, nunca muere.
En medio del dolor que habita en nuestro pecho desde la partida de Christina, florece una certeza profunda: su existencia fue un acto de amor divino, una manifestación pura de la voluntad de Dios. En su infinita sabiduría, el Señor eligió a Fernando y a Mónica como padres para cobijar un alma luminosa. Hoy entendemos que el paso de Christy por este mundo formó parte de una misión sagrada.
Christy fue enviada no solo para alegrar nuestros días, sino para sembrar semillas de fe, esperanza y bondad en los corazones que tocó. Cada gesto suyo, cada sonrisa, cada mirada colmada de pureza, fue reflejo de lo celestial. Su partida no es un adiós, sino un llamado a mirar hacia lo alto, a confiar con más fuerza en el propósito divino que guía nuestras vidas. Sus padres se aferran a la cruz, no con resignación, sino con entrega y confianza. Sabemos que Christina no se ha ido del todo: nos acompaña en cada amanecer, en el susurro del viento, en la brisa suave que acaricia el alma, en las sonrisas que aún logramos compartir.
Christy es ahora una presencia sutil y poderosa que fortalece nuestra fe, que nos invita a la unión familiar, que nos recuerda, con dulzura celestial, que el amor es más fuerte que la muerte. Su vida fue un regalo del cielo; su partida, una enseñanza eterna. En ella vimos el rostro de Dios reflejado en la inocencia, en la alegría sencilla, en la generosidad silenciosa de quien da sin pedir. Hoy, su espíritu se alza como faro que ilumina el camino de nuestra familia, y también el de un mundo que tanto necesita amor, comprensión y consuelo.
Porque cuando el alma se abre al misterio de Dios, y el corazón herido se abandona a su voluntad, nace una fuerza que trasciende el dolor. Una certeza que no proviene del entendimiento humano, sino del espíritu: el amor de Dios nunca nos deja solos.
Quien ha vivido con amor jamás desaparece; se transforma en luz, en guía, en susurro sagrado que fortalece nuestro andar. Lo que parece un final es, en realidad, el comienzo de una unión más profunda y eterna.
Christy, nuestra sobrina de luz resplandeciente, no se alejó: se elevó. Y desde lo alto, con mirada limpia y corazón eterno, intercede, acompaña y bendice.
La fe no borra el dolor, pero lo llena de sentido. Nos enseña a confiar en los designios del Creador, incluso cuando no los comprendemos. Nos recuerda que la vida no se mide en años, sino en amor sembrado, en huellas de bondad que perduran más allá del tiempo.
En la memoria de Christina, elegimos vivir con esperanza. Creemos firmemente que un día los abrazos interrumpidos se completarán, las lágrimas serán secadas, y la promesa de la vida eterna se cumplirá en plenitud.
Dios es nuestro refugio. Su amor es la roca firme sobre la cual edificamos nuestra fe. En Él reposa Christy. Y con Él caminamos cada día con la certeza que el amor no muere… simplemente cambia de forma para permanecer con nosotros, para siempre.
Christy está en Dios… y Dios está con nosotros, y en esa comunión sagrada hallamos la paz que tanto anhelamos, la fortaleza para seguir adelante y el consuelo profundo que solo la fe auténtica puede darnos.

Ricardo Gutiérrez is an economist and entrepreneur with extensive experience in various sectors. His life has been marked by professional commitment, faith, and family. Fifty years ago, he married Elsy Dangond, with whom he has built a strong family, raising three children and seven grandchildren. Educated by the Jesuits in Colombia, his education strengthened his principles and trust in God. His faith is his daily guide, inspired by a wise Spanish priest and symbolized by the crucifix before which he prays each day. For him, Jesus Christ is the true architect of his achievements.