Amor Sin Límites
Cuando estaba en la universidad, vino a hablar un famoso teólogo. Era un hombre de letras muy reconocido. Enseñaba en un seminario y había publicado muchos libros. Sus logros académicos eran insuperables.
Cuando terminó de hablar, hubo un período de preguntas y respuestas. Alguien en la audiencia le preguntó: “De todos sus años de estudio, ¿cuál es la lección más importante que ha aprendido?” El respondió con las palabras de un himno infantil: “Cristo me ama, bien lo sé, su Palabra me hace ver. Los pequeños son de Aquel, débil soy, mas fuerte es Él.” Eran palabras de gracia, sencillez e inocencia.
Desde que somos niños, se nos enseña que hay metas dignas de alcanzar y que se requiere trabajo duro para lograrlas. La mayoría de nosotros vivimos en una meritocracia, donde las personas progresan según la calidad de su trabajo. Por supuesto, hay un lugar para ello. Las sociedades no pueden funcionar sin que las personas aporten sus talentos, sean cuales sean. Para asegurar esas contribuciones, las sociedades necesitan recompensarlas, y los aportes más valorados suelen recibir las mayores recompensas.
Jesús enseña que el Reino de Dios es diferente. El amor de Dios no hace distinción basada en méritos. Dios nos ama a todos por igual: al más talentoso y al menos talentoso, al rico y al pobre, al erudito y al que abandona los estudios. Como dijo el fraile franciscano Richard Rohr en una conferencia grabada: “Dios no nos ama porque seamos buenos, sino porque Dios es bueno.” Ese es el significado de las palabras del himno infantil. Somos bendecidos no porque seamos fuertes, sino porque Dios es fuerte. No hay nada que tengamos que hacer para ganar el amor de Dios. Nuestro único trabajo es aceptarlo.
En el Sermón de la Montaña, Jesús identificó a los tipos de personas que son bienaventuradas. No son los altos y poderosos, los ricos y famosos, los fuertes y poderosos (aunque ellos también pueden ser bendecidos). Las personas en quienes Jesús se enfocó son los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacificadores y los perseguidos. Las bendiciones de Dios fluyen hacia todos ellos.
Jesús también dijo que dejáramos el enojo, que amáramos a nuestros enemigos y que evitáramos juzgar a los demás. Esas virtudes son difíciles de alcanzar y, sin embargo, indispensables para nuestra fe. Ninguna cantidad de estudio, oración o culto puede disminuir la importancia de vivirlas. Y, aun así, cada una de ellas requiere nada más que soltar.
Vivimos en un tiempo en el que la ira, el odio y el juicio parecen estar desbordados. Sus voces llenan nuestras ondas y son amplificadas por las redes sociales. Lo peor de todo es que a veces se promueven en nombre de Cristo.
Nosotros, los católicos, no debemos avivar esas llamas. No necesitamos estar de acuerdo en todo, y sabemos que nunca lo estaremos. Incluso dentro de una sola familia o parroquia habrá desacuerdos. Sin embargo, aún podemos ser pacificadores: escuchando con calma los puntos de vista de los demás, explicando los nuestros, buscando áreas de entendimiento común y tratando de ver lo bueno en las personas con las que no coincidimos.
Participo en un grupo de lectura que recientemente leyó el libro de Richard Rohr The Tears of Things. Rohr ha tenido una larga carrera como escritor y conferencista. Ha publicado muchos libros y nos ha dicho que este será el último. Por eso presté especial atención al final del libro, lo que supongo quería que recordáramos como sus últimas palabras escritas. Su mensaje fue: “si es amor de verdad, tiene que ser amor para todos.” O, como nos dijo el Papa Francisco: “¡todos, todos, todos!”
Somos los pequeños mencionados en el canto infantil, y el amor de Jesús por cada uno de nosotros no tiene límites.

Don Frederico is a writer and retired lawyer living in Mashpee, Massachusetts, where he serves as a Lector at Christ the King Parish. Before he retired, Don served on the boards of several nonprofits, including as President of the Boston Bar Association and Board Chair of the College of Wooster. Don also has taught courses at Cornell Law School and Boston College Law School. He authors the Substack “Reflections of a Boston Lawyer,” and hosts a podcast called “Higher Callings.” Don is currently writing a memoir focused on his life, his work, and his faith journey.