Adoremos a Dios
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente (Mateo 22: 37).
Se nos enseña desde niños que el amor de Dios es infinito, que su misericordia y capacidad de perdonarnos son magnánimos, y que simplemente debemos, con un corazón contrito, reconocer nuestros pecados para alcanzar ese poder salvífico de Dios. Ese acto de conciliación nos lleva a abrir nuestros corazones para que Dios pueda hacer allí su obra revivificante, colmándonos con su amor.
Se nos enseña a buscar por esos métodos el perdón de Dios, recibiendo su ayuda, pero nadie nos provee de un manual de instrucciones para corresponder al amor de Dios, con nuestro propio amor. Se nos olvida que en cada persona que sufre, que necesita de nuestra compasión, puede estar el mismo Jesús.
“Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mateo 25:40).
Nos enseñan también que Dios, siendo El el Amor mismo, no necesita que nosotros lo amemos, porque su amor por nosotros es incondicional. Pero, qué padre no siente una inmensa satisfacción y regocijo cuando escucha un “Te quiero” de sus hijos? Nuestra condición humana está para recibir como dar, para ser amados como amar al prójimo. Y amar al prójimo es corresponderle a Dios.
Como peregrinos cristianos vamos por la vida salvando obstáculos, pasando pruebas, resistiendo el dolor y el sufrimiento “en este valle de lágrimas”, pero también saboreando con gozo las uvas del amor de Dios en los paisajes, en la hermosura maravillosa de la naturaleza, en el nacimiento de un hijo, en los ojos del ser amado que nos miran embelesados y ensimismados de ilusión. Por esto nadie en su sano juicio quiere morir. Sabemos que el precio de cada vida humana es invaluable. Nadie quiere perderse de la maravilla constante de sentirse vivo, de respirar, de sentir una brisa fresca o la llovizna en su rostro, de saborear los alimentos, de caminar o correr, cantar or bailar. Por eso tememos tanto la muerte.
Sin embargo, para los cristianos con fe profunda, esta muerte es solo un paso mas de transición en nuestro peregrinar; es el momento para que un ser incompleto e imperfecto se convierta en un ser santo, pleno y eterno. La muerte significa que como buenos cristianos estaremos más cerca de experimentar la verdadera vida en abundancia, volviendo a nuestro verdadero hogar celestial, regresando como un hijo pródigo hacia su progenitor. Y se nos ha prometido un cielo lleno de ángeles y personas santas, que adoran a Dios en éxtasis constante, embriagados con la luz de poder de vida del mismo Dios, como seres absolutamente completos y plenos.
“…el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (Juan 4:14).
Adorar implica una admiración intensa, una sensación de reverencia y maravilla ante alguien. Es una forma elevada del amor. Si eso creemos, porque no empezamos desde ya a adorar a Dios? Porqué no nos aventuramos a degustar de ese pedazo de cielo que nos regala la venida del Espíritu Santo cuando abrimos los ojos del alma? Es suficiente decirle a Jesús “te amo?” Atrevámonos a aspirar a la vida plena, la vida en abundancia desde ya, diciéndole desde el corazón a Dios, de manera constante: “Te adoro.”

Fernando Dangond, MD, was born in Colombia, South America. He and his wife, Monica, live in Weston, MA, and have been blessed with two sons Daniel and David and a beautiful daughter, Christina (the inspiration behind Build the Faith) who left to be with the Lord 7 years ago.
Dr. Dangond, is a neurologist and scientist who works for a pharmaceutical company developing medicines to treat devastating neurological diseases.