Rendición
Cuando yo era niño, a mi padre le preguntaron, que es lo que tú más quieres para tus hijos? Recuerdo que el contestó, “Quiero que ellos tengan una vida más fácil que la que yo tuve”. Esa era la típica respuesta dada por los padres pertenecientes a la clase trabajadora, quienes nunca tuvieron la oportunidad de ir a la universidad y que siempre intentaban cubrir los gastos del mes. El nunca quiso que sus hijos se preocuparan por la carencia de comida en su mesa o por desalojos, si no había suficiente dinero para el alquiler. En efecto, el arduo trabajo de mis padres mantuvo a sus hijos a salvo del empobrecimiento material. Yo siempre estaré agradecido por mi crianza, llena de los valores del trabajo duro y la fe.
En años recientes, sin embargo, he reflexionado acerca de la respuesta dada por mi padre: una respuesta casi “eslogan” dada por los padres de la clase trabajadora en el momento. Hubiera deseado que mi padre y todos los otros padres hubieran dado una respuesta diferente. Yo sé que mi padre y probablemente muchos otros padres, no deseaban para sus hijos una vida fácil “a toda costa”. No, si eso significara para mi papá tener una vida más fácil a costa de empujar a Dios y a los valores familiares de nuestro núcleo familiar, entonces el no habría aspirado a tener eso. El creía en las palabras de Jesús, “Porque ¿qué aprovechará el hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”(Mateo 16:26). De todos modos, desearía que estos padres hubieran dado una respuesta diferente porque muchos de mi generación lo tomaron como “necesitamos mejorar de una manera ‘material’ a toda costa”.
Como probablemente todos podemos atestiguar, nuestra cultura contemporánea enseña a todos a buscar la buena vida, a cualquier costo. Frecuentemente, hoy “felicidad” se define en términos de todo lo que en realidad se desvanece: salud, riqueza y belleza, cosas que son fugaces y deificadas más allá de su valor. Todos hemos caído en un momento u otro en la trampa de poner estas cosas como nuestro camino hacia la felicidad. Mi antiguo párroco, en su sabiduría, solía decirle a la congregación de la iglesia, “nunca verás un camión de mudanza detrás de un coche fúnebre”… lo que quería decir “no puedes llevártelo contigo cuando mueras”. Mi antiguo pastor entendió que la verdadera felicidad y realización se alcanza cuando nos desprendemos de todo, y permitimos que Dios tome control, sin temor.
Yo creo que el antídoto a la actitud de nuestra cultura contemporánea será enseñar a nuestros hijos el valor familiar llamado “Rendición”. Rendirse no significa conformarse con la falta de comida, vivienda y ropa o despreciar nuestra existencia terrenal. Por otro lado, querer convertir las cosas materiales en la plenitud de la vida es perderse la oportunidad de experimentar la vida real y la felicidad.
Rendición es una palabra difícil. Para nosotros rendición es igual a derrota, fracaso , infelicidad… el no conseguir lo que queremos a nuestra manera. Nosotros naturalmente sentimos que deberíamos tenerlo todo y estar en la cima. Si estamos en sintonía con la vida espiritual, hay una lucha diaria en nosotros, entre hacerlo a nuestra manera o dejar que se haga la voluntad de Dios. Tal vez y más a menudo, ni siquiera nos damos cuenta que hay una batalla en nuestros corazones para entregar nuestras voluntades a Cristo.
Parece ser que aquellos que están más cerca de Dios y confían en su voluntad, son aquellos que prosperan incluso a través de muchas circunstancias difíciles, incluyendo enfermedades, la pérdida de seres queridos, desplazamientos, persecuciones y fallas personales. La pequeña Christina, cuyos padres comenzaron este blog, crearon la organización sin fines de lucro Build the Faith, y son miembros del Instituto de la Sagrada Familia; Christina tuvo un cáncer muy agresivo a la tierna edad de seis años. Durante los siguientes cinco años, está pequeña niña nos enseñó a entregar continuamente nuestras vidas a Dios. Ella nos enseñó que la rendición no se trataba de la derrota , el fracaso y la infelicidad; sino que nos lleva a la victoria, excelencia y alegría.
Cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca. (Mateo 7:24)
Puedo ofrecer otra respuesta a la pregunta, “¿Qué es lo que más quiero para mis hijos?” Qué tal… poder decir, “Jesús, en ti confío”.
Fr. Michael Harrington, a native of Swampscott, MA, is a Catholic Priest for the Archdiocese of Boston, and Currently the Pastor of St. Mary’s of the Annunciation Catholic Church in Cambridge. In the past he served as The Director of the Office of Cultural Diversity for the Archidiocese of Boston and is currently a Consecrated member of the Institute of Jesus the Priest (the Pauline Family).