Reflexiones de un Pastor sobre el don de la Ascensión del Señor
En la Iglesia nos estamos preparando para la Fiesta de la Ascensión. ¿Es importante éste día que cae entre Pascua y Pentecostés. ¿Es trascendente? Veamos.
Son las 8:00 de la mañana del viernes en Cambridge, Massachusetts. El aire a mi alrededor es silencioso y quieto. Eso se ha convertido en la norma aquí. Hace solo tres meses, hubiera anhelado días más tranquilos. Hubiera anhelado la tranquilidad de un retiro. Pero las cosas son diferentes. Ahora, anhelo toda la conmoción que viene con un viernes por la mañana en nuestro vecindario. En lugar de la sensación de serenidad por la quietud del aire, experimento un vacío sombrío. Todos mis compañeros y yo, enmascarados en las calles, vivimos nuestro día a día haciendo lo mejor que podemos. Pero siempre con la sensación de inquietud y ansiedad, con la preocupación que un ser querido se enferme, o que alguien a mi alrededor, o yo, podamos transmitir nuestro adversario invisible, llamado coronavirus, a un espectador inocente.
El silencio a mi alrededor viene de saber que nuestro adversario ha dejado a decenas de millones de personas sin trabajo y se ha hecho presente en nuestro mundo con 4.6 millones de casos de enfermos y más de 300,000 muertes. Estos números no son abstractos. Todos los que nos rodean han sido afectados personalmente. Todos conocemos personas que han perdido sus trabajos; que han estado enfermas… que han muerto; algunos de ellos amigos o seres queridos.
¿Hay alguna razón para la esperanza? ¿En qué podemos poner nuestras seguridades? ¿Dónde podemos poner nuestra confianza?
Otro viernes, hace casi dos mil años, un grupo de discípulos había sido empujado a las garras del dolor y la incertidumbre. La única persona en la que habían puesto su esperanza, Jesucristo, acababa de ser crucificado en una cruz. El aire a su alrededor era silencioso y quieto. Pero no era un silencio pacífico y tranquilo, era un silencio misterioso. ¿Tenían razones para esperar?
¡Si! La historia de Pascua estaba comenzando. El domingo amanecía. La piedra había sido retirada de la entrada de la tumba y Jesús había resucitado de entre los muertos. Jesús comenzó a aparecerse a sus discípulos. A través de las puertas cerradas, entró en el lugar donde ellos estaban y les dijo “la paz sea con ustedes”. La oscuridad que los discípulos experimentaron aquel viernes, ahora estaba inmersa en la luz del Hijo. De repente la muerte ya no estaba relacionada al pecado. ¡Cristo resucitado había conquistado la muerte!
Los discípulos estaban felices de tener a Jesús con ellos. Durante cuarenta días, después de su resurrección, les enseñó sobre el reino de Dios. Al llegar el cuadragésimo día dijo algo sorprendente a sus discípulos: “Dentro de poco ya no me verán, pero un poco después volverán a verme”. Estas palabras al principio confundieron a los discípulos. Entonces Jesús continuó: “¿Ustedes están discutiendo sobre lo que les dije: Dentro de poco ya no me verán, pero un poco después volverán a verme? En verdad les digo que llorarán y se lamentarán, mientras que el mundo se alegrará. Se pondrán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría” (Juan 16: 16-20). Jesús ahora hablaba de la Ascensión. Para cumplir su misión, ahora debía dejarnos y ascender al Padre en el cielo. Su Ascensión al Padre, entonces, no fue motivo de tristeza sino de alegría. Su partida no lo separó de nosotros, más bien, nos llevó con Él a la intimidad del Padre, y así reveló el destino final de nuestra peregrinación terrena.
Recordemos lo que dijo el Papa Benedicto XVI: “Así como descendió del cielo por nosotros, y por nosotros sufrió y murió en la Cruz, del mismo modo se levantó y ascendió a Dios por nosotros, y por lo tanto, ya no está lejos”. También San León el Grande dijo: “En la Ascensión, no solo se proclama la inmortalidad del alma, sino también la del cuerpo. Hoy, de hecho, no solo somos confirmados como poseedores del paraíso, sino que en Cristo también hemos penetrado las alturas del cielo ”
Por esta razón, los discípulos, cuando vieron a Jesús levantarse del suelo y ascender en las alturas, no se desanimaron como era de esperar, sino que fueron colmados de alegría y se sintieron obligados a proclamar la victoria de Cristo sobre la muerte.
Volviendo a las preguntas que surgen por el Coronavirus: ¿Hay alguna razón para la esperanza? ¿En qué podemos poner nuestras seguridades? ¿Dónde podemos poner nuestra confianza?
La respuesta es: ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Y ha ascendido al Padre!
A pesar de la incertidumbre, el sufrimiento y la pena causados por la pandemia, el Señor está más cerca que nunca. Por la Ascensión el aire quieto y silencioso que me envuelve no está vacío. No, Él ha enviado a Su Espíritu Santo para llenar ese vacío.
Hoy puedo vivir con esperanza.
Fr. Michael Harrington, a native of Swampscott, MA, is a Catholic Priest for the Archdiocese of Boston, and Currently the Pastor of St. Mary’s of the Annunciation Catholic Church in Cambridge. In the past he served as The Director of the Office of Cultural Diversity for the Archidiocese of Boston and is currently a Consecrated member of the Institute of Jesus the Priest (the Pauline Family).