Los Santos: Las estrellas que brillan
El mes pasado miré complacida la Misa de beatificación de un joven de 15 años, Carlo Acutis, amante de la Eucaristía y amigo de los pobres. El beato Carlo, cuyo cuerpo fue encontrado incorrupto, se refería a la Eucaristía como: “Mi camino hacia el cielo”. Carlo murió de leucemia en el año 2006. Sus modelos a seguir fueron los Pastores de Fátima, Francisco y Jacinta; el adolescente Santo Domingo Savio; el joven jesuita San Luis Gonzaga; y San Tarcisio, mártir de la Eucaristía.
Como el beato Carlos, muchos santos a lo largo de la historia siguieron el camino de la santidad movidos por el ejemplo de otros santos. Ignacio de Loyola decidió recorrer el camino de la santidad después de leer un libro sobre la vida de los santos. Los sermones de San Ambrosio convencieron profundamente a Agustín sobre la verdad última y lo convirtieron de sus costumbres paganas. Necesitamos santos que nos inspiren y nos muestren las posibilidades que todos tenemos de ser santos, libres y felices.
Los santos no son solo una fuente de inspiración para los demás, los efectos de su santidad perduran para siempre. Santa Teresita del Niño Jesús murió con tan solo 24 años, pero Dios le reveló que haría el bien en la tierra hasta el fin de los tiempos. Cuando pienso en los efectos continuos de una vida santa, no puedo evitar pensar en nuestra pequeña Christina. A través de la aceptación de sus sufrimientos con una confianza inquebrantable en Jesús, inspiró a muchos a acercarse a Dios, y ahora desde el cielo, sigue haciendo el bien aquí en la tierra, incluso en países pobres. Puede que no sea una santa canonizada, pero sabemos que el cielo está lleno de santos anónimos.
Hoy la Iglesia celebra el Día de Todos los Santos, no tanto porque los santos necesiten que los honremos o alabemos, como dice San Bernardo, sino sobre todo porque nosotros necesitamos ser animados por su ejemplo y tener modelos auténticos, dignos de imitar. En su primera carta a los Corintios, San Pablo escribe: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (1 Co 11, 1). Por eso amamos y veneramos a los santos, porque fueron imitadores de Cristo. Ellos sabían que Dios los amaba incondicionalmente, y valientemente permitieron que el Espíritu Santo los cambiara y transformara para formar a Jesús dentro de ellos.
El beato Santiago Alberione, cuya inspiración fue San Pablo, lo expresa sucintamente: “El camino de la santificación es el camino de la cristificación”. Los santos reflejan la luz de Cristo porque han sido “cristificados”. Es Jesús viviendo en ellos sirviendo a los necesitados, cuidando a los enfermos, predicando, enseñando… y llevando el amor de Dios a todos de forma tangible. San Francisco de Asís permitió que Cristo se formara en él tanto que recibió las marcas de los clavos de Jesús en sus manos, para que pudiéramos ver en él, no a Francisco, sino a Cristo sirviendo a los pobres, los leprosos y los marginados.
Estas maravillosas estrellas vienen en todas las formas, colores, fondos y personalidades. Cuando visité la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles en L.A., me sorprendió la belleza de los tapices de las paredes. Muestran más de cien santos de todas partes del mundo a lo largo de la historia. Estos santos son personas reales de diferentes edades, colores, tamaños y etnias. Cuando entré, estos tapices impresionantes me hablaron inmediatamente fuerte y claramente del llamado universal a la santidad. La santidad no es el privilegio de unas pocas personas, sino el derecho de nacimiento de todos, “porque está escrito: Sed santos porque yo soy santo””. (1 Pedro 1:16)
En esta hermosa fiesta de todos los santos, debemos preguntarnos: ¿por qué no decidirnos hoy convertirnos en santos? Esto no requiere la posesión de grandes talentos ni la realización de obras extraordinarias. Es seguir a Jesús con fe y sencillez, y vivir en constante conversión. Podemos hacerlo si permitimos que la luz de Cristo habite dentro de nosotros e ilumine los rincones oscuros de nuestro corazón. Nuestra vocación real, dada por Dios, es la de ser santos, dejar que nuestra luz brille ante los demás para que puedan ver nuestras buenas obras y glorificar a nuestro Padre celestial. (Mateo 5:14.) ¡Inspirados de nuevo por la luz y la vida de nuestras estrellas favoritas, animémonos unos a otros a convertirnos en santos!
María, Reina de Todos los Santos, ruega por nosotros.
¡¡FELIZ DÍA DE TODOS LOS SANTOS!!
Sister Marta was born and raised in Managua, Nicaragua. Early in life she experienced an earthquake which claimed thousands of lives and destroyed her hometown. Later, political unrest, Communism, and persecution, especially of young people, caused her to migrate alone to the USA where she met new challenges. After a family tragedy and deeply affected by these adversities, Sister Marta began an inner search for answers to the mystery of life, suffering, truth, and the deepest yearnings of the human heart. She found the answer in Christ. By Divine Providence she met (and joined) the Secular Franciscans in Fresno, California, in 1994, and later, the Sister Disciples of the Divine Master where she discovered, with joy, an undeserved call to the consecrated life. Although a late vocation, she was admitted to the Congregation in 2000. Today, Sister Marta serves the Lord and His Church through her ministry at the Archdiocese of Boston.