La luminiscencia de Cristo dentro de las sombras pandémicas
A menudo contemplo lo que la mayoría de la gente considera un año oscuro. Al igual que yo, muchos han quedado con cicatrices profundas por las experiencias surrealistas vividas durante la pandemia en 2020. Me impresiona la confianza y la capacidad que Dios nos ofrece para encender pequeñas llamas en el corazón de los demás, incluso cuando la oscuridad ha vencido. La luz no puede ser otra cosa que brillo; disipa la oscuridad. Nos permite ver lo que estamos haciendo y hacia donde vamos. Dios es luz. Su único hijo, Jesucristo, es luz. ¡El Espíritu Santo que El ha enviado para vivir dentro de cada uno de nosotros es luz! Somos embajadores de Dios, y brillamos tan intensamente que no nos damos cuenta.
A medida que las imágenes de humanos con batas y mascarillas sacando bolsas con cadáveres de las instalaciones médicas llenaron las transmisiones de televisión de 2020, algunos de nosotros vivimos la desesperación, la agonía y la tristeza de primera mano. La esperanza se sintió perdida. Trabajar en la Unidad COVID me agotó. Estaba tan limitado en lo que podía hacer, y sentí que estaba peleando una batalla perdida. No podía comer, dormir o estar presente como esposa o madre cuando terminaba mi jornada laboral. ¡Fue difícil!
Hay un impacto persistente para muchos de nosotros que derramamos nuestro corazón durante la pandemia, sirviendo y sin abandonar la batalla. Mi experiencia fue surrealista, enfrentándome a un combatiente desconocido y por momentos sintiéndome derrotada. Trabajar trajo un nuevo tipo de experiencia traumática, una que requería resiliencia y fe frente a la adversidad. La oscuridad parecía ineludible, filtrándose en mi alma y capturando mi sentimiento vulnerable con falso encarcelamiento y desesperanza. Afortunadamente, lo único bueno que hizo la pandemia fue ayudar a darme cuenta que todos estamos equipados para atravesar la oscuridad con nuestros rayos de fe.
Esos primeros días de la pandemia comencé a comprender la importancia de ser luz para quienes me rodean. Cada habitación de aislamiento en la que entré, cada mano que tomé y cada lágrima que sequé, me hizo darme cuenta del poder de la humanidad en este mundo. Sentí la presencia de Dios en esos cuartos. Dios me reconoció bajo la túnica y la máscara. En Mateo 5:14-16, Jesús compara a sus seguidores con la luz, ¡y fue durante momentos oscuros como estos que mi luz necesitaba brillar! Necesitaba encender una chispa para mis pacientes, sus familias, mis colegas, mi familia y mi comunidad. Jesús les dijo a sus seguidores: “Dejen que su luz brille ante los demás”, y con esto me estaba llamando a mí (y a cada uno de nosotros) a vivir una fe activa. Cada circunstancia en la que nos encontramos es una oportunidad de brillar intensamente para el Señor y compartir la verdad de Dios.
Dentro de mis memorias, atesoro el momento en que inicié un grupo de oración diaria antes de nuestros turnos. Orábamos unos por otros, por nuestros pacientes y por el mundo. Fue sumamente hermoso poder unir a todos en oración por el fin de la pandemia. Las oraciones definitivamente nos dieron tranquilidad y serenidad durante nuestros turnos agitados y largos. Mientras estaba junto a la cama de un paciente, que me miró con su rostro pálido y sus ojos tristes, me di cuenta que solo le quedaban unas pocas horas de vida. Su familia temía contagiarse y no quería entrar a las instalaciones para dar su último adiós. Era mi deber no dejarlo morir solo. Llamé a sus seres queridos usando Facetime para preguntarles si querían que orara. Recé el rosario con la familia mientras el paciente respiraba por última vez. ¡Estoy segura que nuestra Santísima Madre estuvo presente con todos nosotros!
Aunque fue un momento increíblemente desafiante para mí, siempre estaré agradecida con Dios por darme la oportunidad de ver debajo de la superficie de todo el caos y confiar plenamente en Su providencia y gracia. Siempre guardaré en mi corazón a todos y cada uno de mis pacientes que perdieron la vida bajo mi cuidado debido a las devastadoras complicaciones del COVID-19. Recordaré cada conversación al lado de la cama, cada oración, cada llamada telefónica hecha a las familias y cada mano que sostuve.
A menudo rezo por las almas de los que perdimos y sus familias y gracias a Dios hemos superado el tormento del miedo ya que el número de muertos ha disminuido enormemente desde 2020. Mientras esperamos a Jesús, Luz del mundo, ¡nos embarcamos en una nueva temporada con esperanza e ilusión! Cristo verdaderamente es Emmanuel, “Dios con nosotros”. El nos conoce en nuestra humanidad, nuestras alegrías, nuestras luchas y nuestras enfermedades. Este Adviento, que todos recibamos a Jesús dándonos cuenta que El ha estado con nosotros todo el tiempo y nos llevará a través de cada crisis. Cristo viene por nosotros en la oscuridad con la esperanza que nosotros también llevemos su luz a los demás. Si estamos abiertos a Dios y a este hermoso don, ¡veremos crecer la luz de Jesús en todos y cada uno de nosotros!
Leiri Bocanegra was born in Villalba, Puerto Rico but now resides in Massachusetts with her Husband and four children. Leiri and her husband Gustavo met in their parish youth group, “Agape,” and have been serving together ever since! You can usually find them singing together at church events and retreats! Leiri works as the Coordinator of Outreach and Evangelization for St. Mary’s Parish in Cambridge, Massachusetts. She also has a nursing background in both Geriatrics and Pediatrics. She has been a member of the Holy Family Institute for six years and enjoys Family Ministry. Her biggest accomplishment has been becoming a mother. She enjoys being able to use social platforms to help other Catholic mothers connect and assist one another through the wonderful vocation of motherhood!