Duda
Al final de mi tercer año en el seminario, después de pasar mis dos últimas vacaciones de verano fuera del país, pasé el verano en casa. Mientras estaba allí, estaba feliz de visitar viejos amigos y todos los lugares que solía frecuentar. Cuando finalmente llegó el día en que debía regresar al seminario, me venció una gran resistencia en la que repetía constantemente: “No puedo regresar”. Lo que ahora estaba saliendo a la superficie era una mentira que había creído desde que comencé mi tiempo de formación. Era como si los últimos tres años le estuviera diciendo a Dios en voz baja: “Me estás quitando la vida”. Ese verano solo solidificó el pensamiento de que Dios me estaba privando de la vida que podría tener si estuviera libre de la vocación.
Fue en ese momento delicado que mis padres vinieron a consolarme. Sin embargo, sus reacciones no fueron las que esperaba. Primero, mi padre me dijo: “No te preocupes, te amo independientemente de lo que hagas”, liberándome así de pensar que tenía que cumplir cualquier expectativa. Mi madre le siguió diciendo: “Pero no puedes huir de lo que sientes”. Fue entonces cuando comencé a entender las palabras de Cristo: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14:26) Sin embargo, no terminó ahí. Era domingo y cuando fui a Misa, noté que la primera lectura era el relato de Hanna entregando a su hijo, Samuel, al Señor. Inmediatamente pensé en lo que había dicho mi madre y me convencí de que el Señor también me estaba diciendo que volviera al seminario.
Finalmente decidí volver al seminario y siete años después no me arrepiento ni un momento de haberlo hecho. Ahora recuerdo ese momento con gratitud hacia mis padres porque podrían haberme dicho que me quedara, podrían haberme dicho que me tomara un tiempo, pero en cambio me dijeron que me fuera y no mirara hacia atrás. Ahora veo cómo en ese caso tuvieron el poder de alimentar o sofocar mi vocación y al confiarme al Señor ahora están seguros de su fidelidad. Pienso que fue cuando los vi anteponer la voluntad de Dios a su deseo de estar conmigo que comprendí cuánto me amaban. Es cierto que cuando permitimos que la gracia de Dios entre en nuestras relaciones, no se nos roba nada, sino que nos volvemos mucho más cariñosos. Ahora veo claramente el cumplimiento de las palabras de Cristo: “Buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas serán también vuestras”. (Mateo 6:33)
The fourth of six children, Gabriel was raised in a Catholic family in Framingham, Massachusetts. By the end of High School, it was clear to him that God was calling him to the priesthood, but the difficulty was accepting the vocation. Gabriel first tried to fulfill his dream of studying art, but for some reason, the question of the vocation would not leave him alone. He decided to stop running and went to the Domus Galilee in Israel for a time of discernment. This decision was pivotal because it was there that Gabriel was able to say yes to God’s call. Gabriel has now completed his third year of seminary and has been ordained as a transitional deacon. He is currently serving at the Immaculate Conception Parish in Marlborough, Massachusetts.